30/4/23

Novela: "El suéter de lana". Capítulo 40

 

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- ¡Vamos, a la oficina, Lunini! Hay un llamado para vos- le dijo el guardia cárcel a Augusto, mientras abría la puerta de su celda. Augusto comenzó a ponerse nervioso. Sabía, intuía de quién y de dónde provenía la llamada.
Caminó unos metros hasta la oficina y tomó el tubo del teléfono. Su “hola”, sonó como un jadeo apagado.
- Hola, sé que te van a trasladar dentro de poco. No tengo ganas de que me pidas perdón, ni que empieces a llorar. Sólo necesito que por una vez en tu vida me digas la verdad. Que por una vez en tu vida dejes de mentirme y tengas los huevos necesarios para enfrentarme- la voz, era la de Valeria. Estaba quebrada, su mente explotaba de emociones. Pero lo único que quería era saber cuál era su historia. Era lo que podría calmar un poco de su dolor.

A  Augusto ya nada le importaba, perder el amor de su hija lo volvió un ente, su vida estaba en piloto automático. Llorando, con un nudo en el pecho, empezó a hablar.
- Espero que estés bien, hija. Acá en la cárcel me contaron lo que te pasó y todo esto es culpa mía. Yo no era un mal tipo, siempre quise lo mejor para vos, pero me obsesioné en el camino- dijo Augusto, pretendiendo ser sincero.
- Por favor, papá. Sabés que me estás lastimando, que esto me duele más de lo que pudo o podría dolerte a vos. Necesito la verdad- lloraba Valeria contra el teléfono. Augusto carraspeó, eligió las palabras y por fin, después de años de secretos, empezó a hablar de verdades, de historias y orígenes.
- Vos no sos hija mía, Vale. -ella se estremeció- pero yo siempre te voy a amar de esa manera. Siempre vas a hacer mi chiquita, porque yo peleé muchísimo por vos-
- ¡Seguí! - gritó Valeria, desbordada por lo que acababa de revelarle su padre.

- Con tu mamá éramos muy chicos. Cuando era pibe, yo trabajaba en la heladería para ayudar a tu abue… mi papá. Y ella venía siempre. Empezamos a charlar y salimos durante un tiempo, hasta que nos peleamos. Líos de adolescentes-explicaba Augusto, en una parte de su historia que todavía le dolía- Cuando me peleo con tu mamá, me hice muy amigo de un chico, Pedro, que la verdad me ayudó bastante a superar lo de tu mamá.  Hasta que un día, yendo a trabajar a la heladería, me lo crucé apretando contra una pared, con una chica.
Quise sorprenderlo para hacerle una broma y vi que la chica era tu mamá. Eso me fulminó-contaba Augusto. Valeria tragó saliva. Estaba muda, necesitaba escuchar todo lo que su “padre” tenía para decirle.

- Y me alejé, me alejé por completo de los dos. Me peleé también con Pedro y no los volví a ver más por un tiempo. Hasta que llegó Laura, tu mamá, a la puerta de mi casa, embarazada de vos-Augusto empezó a llorar con fuerza-La verdad es que nunca me había olvidado de ella, y verla así, desamparada, tenía la necesidad de protegerla, de ayudarla. Pedro la había dejado cuando se enteró que estaba embarazada y se metió a la marina. Nunca más supimos de él. Dicen que se hundió el barco en el que hacía las tareas de rutina. Nunca encontraron los cuerpos de esa tripulación-explicó Augusto. Valeria sollozaba. Su padre biológico no quiso saber de su existencia y ni siquiera podía ir a gritarle algo a algún lugar físico.
- Y así empezamos una vida con tu mamá. Que se enfermó ya lo sabés y que después falleció también. Así que nos quedamos solos, vos y yo. La plata que íbamos juntando era para el tratamiento de Laura, después de que ella murió, nos quedamos sin nada y la heladería no funcionaba bien. A veces no comía para que vos al menos tengas tu almuerzo o cena-decía orgulloso Augusto. Valeria odió ese intento por dar lástima, pero lo dejó seguir con el relato.

- En un momento, con el corazón totalmente destrozado, decidí llamar a una asistente social de servicios familiares para que te quedes en una sociedad de protección a la infancia, mientras yo conseguía la plata pata tener nuestro lugar. Y apareció “La Banda de Traje Negro”. Yo estaba desesperado, quería verte, no comía, no dormía y estos tipos me planteaban soluciones milagrosas a cambio de pequeños favores. Primero era falsificar algún documento, después robar algún maletín, hacer de testaferro, o incluso matar a alguien que “era malo”, hasta que llegó lo de los agroquímicos experimentales. El producto era milagroso, daba resultados y de repente todo se dio vuelta, empezó a ir bien. Te fui a buscar y nos mudamos a la casa en la que viviste hasta hace un tiempo. Mis escrúpulos se terminaron desde que pasaste a ser mi prioridad número uno. Realmente no sabía que esos agroquímicos generaban cáncer, creía que era algún efecto secundario, que se iría con el tiempo hasta que Federico y su padre se metieron en el medio y amenazaron con quitarme esa vida que tanto me había costado construir- Augusto respiró hondo. Le costaba rememorar ciertas cosas y jamás había sido tan sincero. Valeria lo apuró, quería escuchar toda la verdad antes de que lo trasladaran al faro del fin del mundo.

- ¿Qué pasó con mi viejo, Augusto? - ahora el que le hablaba del otro lado era Federico, que jamás había creído la versión del suicidio por la muerte de su padre. Valeria le pidió a Augusto que respondiera todo lo que sabía.
- A tu viejo lo mataron ellos, Federico. Yo les avisé y se encargaron ellos. La Banda de Traje Negro lo asesinó. Con vos quisimos hacer lo mismo, pero irónicamente no pudimos.
Incluso yo tenía mis motivos, habías secuestrado a mi hija- dijo Augusto, que en un punto, el revelarle la verdad, era un triunfo a su orgullo.
- Te amo, hija- le dijo Augusto. El guardia le indicó que debía cortar la comunicación. Su traslado era inminente.
- Espero que a partir de ahora, empieces a hacer las cosas bien- fueron las últimas palabras de Valeria para él.
Cortaron la comunicación. Federico abrazó a Valeria. Ambos empezaban ahora un nuevo camino, en el que la verdad por fin, se había presentado ante ellos. 

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