16/9/18

Novela: "El suéter de lana". Capítulo 33

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García  sintió el vapor del café en su cara. Estaba con su auto estacionado a metros del lugar donde Mariano tenía cautiva a Valeria.
Bebió un sorbo del café, pero no le fue suficiente. Dio un sorbo más grande, necesitaba que el líquido le quemara la garganta.
El vaso suspendido sobre su nariz y el aroma agridulce le produjo satisfacción. Cerró los ojos apenas unos segundos y se quedó dormido. 

Teo García era apenas un nene de  9 años cuando tuvo que salir a trabajar en la calle. Sus padres vivían en la miseria, y siempre le recordaban que era él, la razón de todos sus males.
Teo  lleno de esa culpa inducida, se iba de su casa a la mañana temprano a mendigar en el centro de  la ciudad y por la tarde se dirigía unas horas al colegio, para luego seguir pidiendo limosna hasta los primeros vestigios de  la luna en el cielo.
Al llegar la noche, volvía a su casa, pero sólo lo que recibía eran insultos y castigos. El dinero de  las limosnas nunca era suficiente para sus padres. 

Ya cuando Teo tenía 10 años, la exigencia era mucho mayor y de una manera solapada y hasta didáctica,  sus padres le enseñaron a robar, pero él trataba de no prestarles atención.
Ante la negativa a cometer un crimen, a Teo le negaban la comida, y una tarde exhausto luego de  no haber comido nada durante dos días,  entró a una cafetería. 

Hambriento y ofuscado, pidió  un café al empleado del local, que se negó a dárselo. Lleno de ira y angustia, Teo empezó a gritar, hasta que divisó un cuchillo con el que un cliente cortaba una porción de torta.
Se lo arrebató, y comenzó a amenazar al empleado que nervioso y desesperado intentaba calmarlo y gritaba que alguien llamase a la policía. De repente, cansando de la amenaza, el trabajador de aquella cafetería, intentó quitarle el cuchillo a Teo. Forcejearon y el empleado cayó seco sobre el piso, retorciéndose. El niño lo miró en shock: el hombre tenía clavado el cuchillo en el medio del pecho. Estaba desangrándose. 

Teo estaba en blanco, hasta que la sirena de la policía lo despertó de su letargo. Varios clientes quisieron detenerlo, pero salió corriendo del lugar con todas sus fuerzas.
La policía lo atrapó a unas cuadras de la cafetería, intentado subir a un tejado.
A partir de ese momento, jamás volvió a ver sus padres y fue a parar a un Instituto Reformatorio.
Allí las cosas no mejoraron, sino que empeoraron. Todo era supervivencia, golpes, puñaladas. Teo, aquel niño de 10 años que se rehusaba a cometer un delito a pesar de su difícil situación, se perdió para siempre. 

En aquel reformatorio, se disfrutaba con hacer sangrar a los otros, y él adquirió esa premisa como una forma de vida, como el motor de su corazón y uno de sus más apasionantes placeres.
Pudo salir de aquel lugar cuando cumplió la mayoría de edad y comenzó con un emprendimiento textil que había iniciado durante su “estadía” en ese “centro de rehabilitación”.
El espíritu de supervivencia lo volvió cada vez más paranoico, y empezó a reunir seguidores  con los cuales realizaba trabajos para eliminar gente que estorbara en sus negocios. Se instruyó en derecho, finanzas y emprendimientos.  

Delitos de sangre y estafas hicieron que la empresa textil de, ahora García, fuera creciendo y acomodándose en el mercado. García y la venta de  ropa reunieron muchos millones que fue usando para captar más seguidores, recurriendo a personas que estuvieran en situaciones desesperadas.
Así fue como conoció a Augusto, un joven emprendedor cuyo único local de heladerías estaba a punto de quebrar.
Le ofreció su ayuda y le pidió una prueba de confianza: utilizar un agroquímico en fase de prueba de uno de sus nuevos negocios y que pronto estaría en el mercado, en su campo. Augusto aceptó. Poco después Laura, la mujer de Augusto se enfermó y murió. 

García volvió a ofrecerle su ayuda a Augusto, luego de que este, desesperado, tuviera que dejar a su hija con un asistente social, ya que no tenía el dinero para mantenerla.
Ésta vez la misión de García, era “silenciar, bocones”, según dijo. Augusto dudó unos momentos, pero no soportaría un segundo más sin ver a su hija. Quebrado y corrompido cometió varios asesinatos y siguió utilizando los agroquímicos que le suministraba García, para mantener su campo. Ya era parte de “La Banda de Traje Negro”. A partir de ese momento, la situación de Augusto no sólo mejoró, sino que su negocio fue todo un éxito.  

Oficialmente  García seguía siendo un respetado y carismático empresario, pero no estaba contento con lo que tenía, ni con sus negocios en las sombras. Necesitaba más: el poder le daba el mismo placer que ver desangrarse a alguien.
Poco tiempo después se  postuló a intendente del pueblo, aprovechando su imagen y carisma, pero no convencido de que ganaría las elecciones, “La Banda de Traje Negro”, volvió a atacar e hizo trampa en las urnas. 

Teo García fue elegido nuevo mandatario municipal por amplio margen. Su sed de poder había sido saciada, por ahora.

García se despertó de repente, le quemaba el pecho. Al quedarse dormido, se había derramado el café encima. Ese olor, le recordó al empleado que asesinó por accidente cuando tenía apenas 10 años. Pronto alejó ese recuerdo de su mente,  abrió la puerta del auto y salió.

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