17/5/18

Novela: "El suéter de lana". Capítulo 32

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El sol se agolpaba en el cielo, apenas algunas nubes decoraban la escena. Los yuyos superaban el metro, el único sonido que se escuchaba era el del viento contra las hojas de los árboles. Sobre la calle, circulaban algunos vehículos, pero nadie se detenía ante el estacionamiento.  

Mariano despertó a Valeria, ella confundida y asustada le hizo una sonrisa ni bien lo vio. Estaba acostada sobre un colchón en la parte más profunda de lo que en algún momento había sido un muy concurrido estacionamiento para vehículos.  

- ¿Qué hacemos acá?- preguntó ella.

- Quedate tranquila, acá vamos a estar bien. Nadie nos va a molestar- la “tranquilizó” Mariano- ahora por seguridad, necesito que te quedes quieta y tranquila, yo en un segundo vuelvo.

Valeria le seguía la corriente, pero por dentro sentía pánico. Sabía que Mariano había descubierto algo y que tarde o temprano, su padre estaría en ese lugar. Ya no esperaba de él un abrazo conciliatorio, o una explicación convincente de que las cosas no eran como eran,  sino  que esperaba una mirada amenazante como cuando lo vio matar a aquel hombre en el hangar.



- Ya sé todo, Federico- dijo Mariano, ni bien Federico, atendió la llamada telefónica-

- Disculpe, creo que usted está equivocado- trató de zafarla Federico, haciendo una voz más grave.

- No hace falta que actúes, sé que se veían a las escondidas con Valeria, sé que estuvieron en tu barrio por las enfermedades de los trabajadores de la estancia, sé también que ella fue quien te sacó de ese galpón que prendimos fuego con Augusto. Él quizás ignore todo esto, pero yo no. ¿Vas a venir a rescatar a Valeria? Te espero, estamos en el estacionamiento abandonado- dijo Mariano y cortó la comunicación, una sonrisa se dibujó en su rostro. Palpó entre sus ropas, la pistola estaba cargada y lista para disparar.



Federico  salió a los tumbos del departamento. Nobleza obliga, ahora era él, quien debía rescatar a Valeria.



Augusto estaba en su oficina cuando alguien irrumpió en la habitación. El empresario iba a lanzar una queja, pero al ver a García, se quedó estupefacto.

El hombre llevaba un traje totalmente negro. Augusto, no podía formular palabra. García era el que iba a hablar.

- ¡¿Me querés decir qué hacés acá tan campante?! El imbécil de Mariano está más avivado que vos.  Tu hija ya sabe gran parte de  lo que hacés y él ya se está encargando de todo. Estás flaqueando,  Augusto. La única condición con la que te dejamos estar con tu hija, era que nunca supiera lo que hacemos, y fallaste. Tu hija se tendría que haber muerto igual que la madre, sólo que ella tuvo la dicha de morirse de cáncer, el cáncer que te hizo lo que sos ahora- García hablaba fuerte y claro. Augusto, era un nene de cinco años asustado-  ¿O te pensás que no fuimos nosotros los que llevamos a nadar con los pececitos al verdadero padre de Valeria? Pero nos fallaste. Lo único que tenías que hacer era fulminar a ese pibe Federico para que no hablara, y ahí también erraste. ¿Te pensabas que matando al padre se iba a quedar de brazos cruzados?

Acá se terminó todo Augusto, Mariano tiene a Valeria y a Federico. Decidí ¿vos matás a tu hija o lo hacemos nosotros?- preguntó serio y cínico García. Augusto se derrumbó en su asiento.

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