- ¡Hija! Ya llegaste… -exclamó Augusto con un ahínco exagerado, cuando abrió la puerta de su escritorio y vio parada a Valeria.
Ella apenas podía mirarlo a la cara, se le notaba la
implosión de emociones que estaba teniendo. Augusto, percibió que algo le
pasaba.
- ¿Qué te pasa hija? ¿Estás bien?- le preguntó Augusto,
nervioso.
- Sí, estoy bien. Sólo un poco cansada, dormimos poco con
Ángela anoche. Nos quedamos hablando. Cosas de chicas ¿viste?- contestó
Valeria, tratando de que su voz sonara lo más normal posible. Le sorprendía su
propia entereza.
- Hola amor- saludó Valeria a Mariano. Casi nunca le decía
“amor”.-me voy a descansar un rato, si no les importa.
Augusto le dijo que
vaya, que no había ningún problema. Cuando vieron a Valeria subir las escaleras
en ruta hacia el dormitorio, Mariano y Augusto se miraron. Una sospecha
sobrevolaba sus mentes. Fue el mayor de ambos, el que habló primero.
- ¿Habrá escuchado lo del padre?-
- No creo, lo raro es que me dijo “amor” y casi nunca me lo
dice.- contestó Mariano.
- Hacé una cosa, seguila, vaya a donde vaya la seguís
Mariano. Así vaya al baño, te quiero con un ojo ahí adentro ¿está claro?-
ordenó Augusto.
Valeria estaba en su cuarto llorando en silencio, la mujer
combativa en la que se había transformado en el último tiempo parecía haber
quedado atrás. Ahora era una nena, implorando por la presencia de su madre con
ella.
Lloraba porque extrañaba a su madre, lloraba por descubrir
una de las tantas verdades que escondía su padre. Lloraba porque se sentía
completamente sola.
Fue al compartimiento secreto que tenía desde chiquita en su
habitación y lo abrió, el suéter de lana de su madre estaba allí junto a un
teléfono. Agarró el celular y llamó.
- ¿Hola? Valeria… ¿estás bien?- preguntó Federico del otro
lado de la línea.
- Ahora te llamás Ángela, Federico. Me acabo de enterar que
mi papá no es mi papá. Si ya era desconocido antes de saberlo, ahora lo es más-
contestó Valeria entre sollozos e hipeos.
- Bueno, hay que seguir investigando… ¿Hola? ¿Estás ahí?
¿Valeria?- Federico no recibió contestación.
Mariano había dormido a Valeria con un pañuelo bañado en
cloroformo. La acariciaba despacio, lentamente. Los próximos minutos, agarró su
auto con rumbo desconocido y con Valeria en el asiento de atrás, profundamente
desmayada.
Una oficina con vista a la zona céntrica de la ciudad, amplia
y pulcra. Paredes blancas, algún que otro objeto decorativo. En un costado la
bandera de Argentina sobre un mástil de madera. El escritorio fóbicamente arreglado y
ordenado.
Empieza a sonar el teléfono de la oficina. El silencio se apaga. Un hombre
vestido de traje, deja los anteojos sobre el escritorio y atiende a la llamada.
- Hola… descubrieron a Augusto- dijo una voz en el teléfono.
- Yo me encargo- contestó García.
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