11/9/17

Historia corta: "Ojos de luz".

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Terminal, aeropuerto, andén, puerto. Personas con valijas y grandes carros, todas con boletos, pasajes y tickets de viaje en mano.
Gente que se va, que se despide.  Otras, sólo aguardan sentadas en los bancos, como yo.
No tengo pasaje, ni boleto, ni ticket, ni plata. Sólo espero callada observando a los demás.
Las personas lloran y se abrazan y vuelven a llorar. Parece que es el momento. El tren, el barco, el colectivo, el avión están por partir.  
Varios grupos de personas se agolpan en las formaciones del tren, al costado del colectivo, en el muelle frente al barco, ante la escalera móvil del avión. Todos lloran. Todos se despiden.
Soy capaz de sentir su angustia, como si yo viajara con aquellas personas.
Sigo mirando a la gente  en medio de un ataque de empatía, hasta que alguien me toca el hombro.

- Disculpame ¿hace mucho que estás acá?- me preguntó una chica de unos veinticinco  años, vestida de azafata, apoyando su bolso de viaje arriba del banco donde estoy sentada.
- Eh, no sé exactamente, supongo que un largo rato- le contesté con una franqueza ajena.
- Ahh, y…  ¿vos también te vas en avión?- siguió preguntando.
- No, no tengo pasaporte, ni boleto, ni ticket- volví a contestar.
- Bueno, ya aparecerá. Florencia, mucho gusto- me tendió su mano en señal de saludo. Dudé, pero lo acepté.
- Soy Carla, no sé qué hago acá, pero este lugar me genera una angustia que hace imposible que pueda irme.-fui nuevamente franca con Florencia.
- De la única forma que te podes ir de acá es en barco, o en colectivo, o en tren, o en avión-me contestó en tono divertido.
- Ni siquiera sé qué es lo que estoy haciendo acá, no sé si es un sueño, si es real, si es una borrachera, no lo sé- la confusión se apoderaba de mí. Florencia me miró mientras yo hundía la cabeza en mis manos. Se sentó al lado mío y me dio una palmada en la espalda.
- No te preocupes, la mayoría de las personas que está sentada en los bancos tampoco sabe de dónde viene, ni a dónde va, ni por qué está acá, ni nada. Sólo se acuerdan de su nombre- me dijo la azafata, que a pesar de su tono conciliador, seguía pareciéndome una  completa extraña en una situación que se tornaba hostil para mí.
- ¿Esto es un sueño?- le pregunté. Como si la respuesta que pudiera darme me tranquilizara.
- Sí y no. Pero no importa qué es todo esto. Vos hoy tenés que emprender un viaje en barco, en avión, en colectivo o en tren- me contestó Florencia, con total normalidad en sus palabras.

“Viaje”, la pronunciación de esa palabra generó un eco dentro de mí.
- Viaje… en un viaje conocí a mi novio. Fue hace… tres años. Tenía veinte años y él veintidós- el cerebro estaba a punto de explotarme. Ese recuerdo despertó mi memoria dormida.
Me acordé que conocí a Germán durante unas vacaciones de verano en Villa Gesell. Habíamos ido con un grupo de amigas a una fiesta en la playa, y bailamos frente a un grupo de chicos, en el que estaba Germán. Ni él, ni yo, nos sacábamos la vista de encima.  
Después del baile fui a buscar algo para tomar a la barra, y se me apareció él.
Ojos verdes, pelo negro, barba candado, dientes perfectos. Me sonrió y me dijo:
- ¿Querés ir a caminar por la playa? Podemos ver el amanecer… Por cierto, soy Germán-
- Sí, quiero. Yo me llamo Carla- parecía hipnotizada. Estaba extasiada por ese chico. Mientras me iba de la barra con él, mis amigas emitían gritos mudos de exaltación.
En todo momento me trató con dulzura, con paz y armonía. Ver el amanecer con él,  podía compararse con estar en el paraíso.
Después nos vimos un par de veces más, hasta que tuvimos que despedirnos. Yo vivía en Capital y estaba estudiando psicología, y él vivía en Bahía Blanca y trabajaba de recepcionista en una empresa.

- ¿Y no se vieron nunca más?- quiso saber Florencia, la azafata. Ahí me di cuenta de que seguía sentada en ese banco, en medio de una gran confusión. Preferí seguir con la historia.
- Después de aquel verano, nos hablábamos por Skype. Estuvimos así un año entero, hasta que me dijo que se mudaba…- miré a Florencia que seguía atenta a la historia. También vi de reojo a las personas que se seguían despidiendo. Me estremecí.
- Germán se mudó a Capital, a dos cuadras de mi casa. Consiguió laburo en un call center y le pidió mi mano a mi viejo la misma noche que lo invité a cenar en calidad de “amigo”,  para festejar su nuevo trabajo…-
- ¡Ay, que romántico!- aportó Florencia a la cuestión.
- Yo no podía creer que todo estaba pasando tan rápido- comenté para mí misma.
- ¿Y entonces? ¿Qué pasó?- quiso seguir sabiendo Florencia.

Los recuerdos llegaban paulatinamente a mi cabeza. Como si estuviera reescribiendo mi vida.
Le conté a Florencia que ya habían pasado tres meses desde la última  cena en la que había presentado a Germán como mi “amigo”.
- Hicimos una nueva cena, pero esta vez, oficialmente iba a contarles a mis padres que Germán, era mi novio- expliqué con más detalle.
Florencia  quiso preguntar algo, pero al verme que continuaba con mi relato no quiso interrumpirme.
- Y así empezamos nuestra vida de novios. Germán recibió un ascenso en el call center, pasó a ser el encargado y supervisor. Eso es lo último que recuerdo…-terminé el relato con una mueca de dolor, tocándome la frente que me palpitaba.

- ¿Estás bien?- escuché que me decía Florencia- estás pálida ¿querés un vaso de agua?-.
- ¿Hay agua en este lugar?- dije en tono de broma, pero también con un poco de realismo en mi expresión.
- Yo no entiendo qué haces acá si tenés una vida tan linda, o por lo menos ordenada- se sinceró Florencia.
- ¿Qué es este lugar? ¿Por qué estoy acá? ¿Vos sabés?- pregunté de repente, como si aquellas preguntas me sacaran por completo de esa situación incómoda y extraña.
- A mí me mandaron acá a esperar y de casualidad que te encontré  a vos, porque sino es un embole.  Ponele que este lugar es una sala de espera gigante, para todo tipo de personas y todo tipo de medios que las transportan- explicó Florencia, conforme con su respuesta.
- Yo sé que esto es un sueño. Tengo una angustia muy grande en el pecho que no se me va- traté de hacer catarsis con lo que sentía.  
- Probá cerrando un poco los ojos, por ahí estás mareada y necesitás ubicarte. Yo te voy a buscar un vaso de agua- me dijo Florencia y se fue.

Yo la seguí unos segundos con la mirada, pero la cabeza estaba a punto de estallarme de nuevo. Cerré fuerte los ojos y los mantuve así por unos segundos.
La jaqueca disminuyó considerablemente y abrí los ojos. Todo estaba oscuro. La terminal había desaparecido por completo, sólo estaba yo, sentada sobre… la nada.
Traté de tranquilizarme y pensar una solución que no me hiciera perder por completo la cordura.

“Estoy soñando”, pensé restregándome los ojos. Cuando pude hacer foco de nuevo en la oscuridad, vi un punto de luz que se acercaba a mí, y cada vez se hacía más grande.
Cuando estuvo a escasos centímetros de mí, me encegueció y tuve que entrecerrar los ojos, cuando los abrí estaba en el comedor de una  casa.

- Acá nos mudamos con Germán hace un año y medio…-dije en voz alta con la necesidad de acomodar mis recuerdos.
De pronto alguien irrumpió en la habitación, venía de la cocina. Traía platos y cubiertos.  Era yo misma, me vi inmersa en mi realidad.
Salí de mi estupefacción cuando llegó Germán con un portafolios,  besó en la boca a la Carla “cocinera” y se sentó a la mesa. Carla le dio un plato de guiso. Apenas lo probó.
- ¡Esto está que pela! ¡Pero vos sos estúpida, me recontra quemé!- gritó alterado.
- ¡Bueno, calmate, no es para tanto!- le dijo Carla mientras levantaba el plato de la mesa.
- Perdoname amor, es la oficina que me saca y me la agarro con vos. La próxima tené más cuidado- se serenó Germán agarrando la copa llena de agua y tomando un sorbo.
- Sí…-atinó  a responderle Carla.
Todo se apagó de nuevo, como si esa situación hubiera sido producto de reflectores de luz. Otra vez yo en mi oscuridad. Otra vez un punto  lumínico acercándose a mí.

Ahora me veía desde un rincón del dormitorio junto a Germán en la cama. Parecía apagada.
- Hiciste bien en dejar la facultad. No era para vos. Vos estás para otras cosas, ya vas a ver- dijo Germán. La Carla que estaba sobre la cama con él, le contestó con un “sí” escueto.
- Mi amor, hoy nos toca eh…-volvió a hablar Germán. Yo enseguida supe qué significaba esa frase, y la Carla de la cama también parecía intuirlo.
- No tengo ganas hoy- contestó Carla, tratando de imponer un respeto que se fue desmoronando.
- Dale, es un ratito nada más-dijo Germán, y sin esperar respuesta se abalanzó sobre Carla, que intimidada apenas se movía. Cuando Germán se bajó los calzoncillos, ella quiso zafarse, pero recibió dos cachetazos en la cara, al grito de “¡Quieta!”.
Germán empezó a jadear más en señal de triunfo que de placer. Carla apenas se movía. No se animaba ni a llorar. Ni siquiera pestañeaba.
Yo desde mi rincón en aquel lugar, me sentía extraña. Sentía empatía por mí misma, me dolían aquellos golpes en todo el cuerpo.
Finalmente el recuerdo,  se apagó.

La oscuridad se convirtió en un bálsamo para mí. Necesitaba pensar en lo que había visto.  Pero al notar que otro punto lumínico se acercaba, quería salir de ahí, me sentía presa,  torturada.
Cerré los ojos y no quería abrirlos por nada del mundo. Sentí una brisa primaveral.
Al abrir los ojos, me odié con toda el alma. Me veía a mi misma sentada en un banco de plaza y a mi lado mi padre. Ambos estábamos mudos, como hablando en un idioma enteramente nuestro.

La Carla que estaba sentada en el banco, llevaba lentes oscuros y un buzo largo a pesar del clima primaveral.
Mi padre comenzó a hablar. Me acerqué para oír la conversación.
- Vos sabés que a tu hermano y a vos con mamá los educamos para que tuvieran toda confianza con nosotros. Respetamos su privacidad, pero siempre priorizamos que nos hicieran saber lo que les pasa. A vos, qué te pasa hija.
Ya no venís más a casa,  si nos vemos  tenemos que hacerlo en lugares públicos. Mirá cómo estás vestida: anteojos de sol y un buzo hasta las rodillas con veinticinco grados de temperatura ¿Las cosas no están bien con Germán?- preguntó mi papá a la Carla que estaba sentada a su lado.
Ella apenas pudo hacer un gesto con la cabeza.

- ¿Por qué dejaste la facultad? ¿Tenés problemas con alguna droga?- siguió preguntando mi papá.
Carla empezó a llorar bajo sus lentes de sol. Estupefacto, mi papá rodeó su brazo sobre el cuello de ella. Tenía la marca de un hilo alrededor de él.
- ¿Qué es esta marca,  hija?- volvió a la carga mi papá.
- Nada, papá, dejá. Me resbalé en casa y me golpee la nuca- inventó una excusa Carla.
Los pretextos ya formaban parte de una gran humillación. Mi papá lentamente acercó sus manos a la cara de Carla para sacarle los lentes. No se detuvo ante las súplicas que ella hacía por lo bajo.
Al ver por completo el rostro de Carla, mi papá abrió grande sus ojos. Ella empezó a llorar. Tenía el ojo izquierdo morado, y un corte bajo la pestaña de su ojo derecho.
- Papá, por favor…- suplicaba Carla, sollozando.
Él le agarró uno de sus brazos, y le arremangó el buzo. Ella, cansada de la mentira lo dejo hacer.
El brazo estaba lleno de hematomas y cortes.
- Papá, yo voy a solucionar esto, por favor, dejame solucionarlo- imploraba Carla, ante la mirada atónita de su padre.
- No sé cómo pude ser tan ciego ¡drogas, te dije! ¡Te caga a trompadas! Mi chiquita… Ya mismo vas a buscar tus cosas y te vas de esa casa, yo te voy a pasar a buscar ¿estamos?-Mi papá trataba de controlar el torbellino de emociones que estaba sintiendo. Carla  atendió al pedido de papá, se levantó del banco y se fue.
El recuerdo, se apagó.

Me dolía la cabeza, me sentía avergonzada. Otro punto lumínico se acercaba en la oscuridad. Esta vez, me entregué a él.

Aparecí  sentada en una silla de la casa que compartía con Germán. Sentí ardor en uno de mis brazos, al mirarme comprobé que ya no era una espectadora de mi propia vida, sino que estaba viviéndola.
Me pasaba alcohol etílico sobre algunas heridas abiertas en los brazos, cuando me percaté de que debía salir rápido de ahí.
Fui a la habitación, y en una valija metí la ropa que tenía. Cuando iba a salir por la puerta a esperar a mi padre afuera de la casa, Germán entró estrepitosamente. El corazón empezó a latirme mucho más.

Al verme, el semblante de Germán cambió por completo. Estaba enajenado.
- ¡¿A dónde vas, hija de puta?! ¡¿Me vas a dejar, pedazo de conchuda!?-gritaba Germán.
- ¡Por favor, dejame ir! ¡Esto no da para más!-le grité, tratando inútilmente de razonar con él.
Germán me agarró del cuello y me llevó hacia una pared.
- No entendés que si no estoy con vos, yo me mato, no vas a estar con nadie más que conmigo- la mano de Germán apretaba cada vez más mi cuello. Me estaba ahogando. Sobre la mesa, todavía quedaba la botella de alcohol etílico. Con una fuerza sobrehumana logré alcanzarlo y se lo eché a los ojos.

Germán me soltó aullando de dolor. Yo sentada en el piso, todavía mareada, empecé a gatear hasta la puerta. Sentía como mi ropa se humedecía y tenía mucho olor a alcohol, a continuación tras de mí vi una llama enorme de fuego sobre mi ropa.
Germán enjugándose los ojos, seguía enajenado.
- ¡ARDÉ, CONCHUDA, HIJA DE PUTA!- gritaba con un encendedor en la mano.
Estaba prendiéndome fuego poco a poco, trataba de rodar por el suelo, pero el fuego, el ardor y el dolor eran inmensos. Los pantalones y la remera se deshacían. Ya no podía moverme más.

Entré en camilla al hospital con los ojos perdidos. En la terapia intensiva,  desde un rincón, podía verme totalmente quemada con aparatos conectados a todo el cuerpo. Mi papá, mi mamá y mi hermano me miraban con la lástima que se le tiene a un moribundo.
- Cuando llegué ya era tarde, estaba tirada en el piso, parecía una antorcha. No saben cómo peleaba para vivir, para no darle el gusto al animal ese. Por suerte llamé a la policía y ahora está preso. La fiscal espera caratular la causa como femicidio- dijo mi papá abrazando a mi mamá, llorando.

- Ya es hora de partir, Carla- me dijo Florencia, que se había aparecido al lado mío.
- ¿Qué? ¿Me voy a morir?- le pregunté angustiada.
- Podemos verlo de otra manera: vas a un mejor lugar. Tu cuerpo no va a aguantar mucho más- dijo Florencia en tono solemne.
- ¿Me puedo despedir?- pregunté conservando la entereza. Había dolores mucho más profundos. Florencia asintió a mi pregunta.
 Abrí los ojos en la cama, quería ser rápida para evitar más sufrimiento.
- Los amo…-les dije dejando caer una lágrima.
Volví al lado de Florencia, pero ya no estaba en el hospital, estaba frente a un barco en el puerto.
A lo lejos vi como mis padres abrazaban mi cuerpo inerte en la terapia intensiva. Me estremecí
.
- Bueno, parece que te vas en barco- me dijo Florencia extendiendo un boleto hacia mí.
- Prometeme que van a estar bien, es lo único que te pido- le rogué a Florencia.
- Van a salir adelante. Van a estar bien. El que no va a estar bien es tu exnovio, va a pasar mucho tiempo en la cárcel. Espero no encontrármelo por acá nunca- Florencia me sonrió. La abracé  como hubiese querido saludar a mis seres queridos.
Agarré mi boleto,  mi pequeña valija y me subí al barco, que zarpó en apenas unos segundos.
De pronto, todo se fue volviendo oscuridad y un nuevo punto lumínico se acercaba a mí.

Esta vez se podía escuchar lo que ocurría.  Lo último que escuché antes de abrazarme a la luz, fue el  llanto de un bebé naciendo.

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