Terminal, aeropuerto, andén, puerto. Personas con valijas y grandes carros, todas con boletos, pasajes y tickets de viaje en mano.
Gente que se va, que se
despide. Otras, sólo aguardan sentadas
en los bancos, como yo.
No tengo pasaje, ni boleto,
ni ticket, ni plata. Sólo espero callada observando a los demás.
Las personas lloran y se
abrazan y vuelven a llorar. Parece que es el momento. El tren, el barco, el
colectivo, el avión están por partir.
Varios grupos de personas se
agolpan en las formaciones del tren, al costado del colectivo, en el muelle
frente al barco, ante la escalera móvil del avión. Todos lloran. Todos se
despiden.
Soy capaz de sentir su
angustia, como si yo viajara con aquellas personas.
Sigo mirando a la gente en medio de un ataque de empatía, hasta que
alguien me toca el hombro.
- Disculpame ¿hace mucho que
estás acá?- me preguntó una chica de unos veinticinco años, vestida de azafata, apoyando su bolso de
viaje arriba del banco donde estoy sentada.
- Eh, no sé exactamente,
supongo que un largo rato- le contesté con una franqueza ajena.
- Ahh, y… ¿vos también te vas en avión?- siguió
preguntando.
- No, no tengo pasaporte, ni
boleto, ni ticket- volví a contestar.
- Bueno, ya aparecerá.
Florencia, mucho gusto- me tendió su mano en señal de saludo. Dudé, pero lo
acepté.
- Soy Carla, no sé qué hago
acá, pero este lugar me genera una angustia que hace imposible que pueda
irme.-fui nuevamente franca con Florencia.
- De la única forma que te
podes ir de acá es en barco, o en colectivo, o en tren, o en avión-me contestó
en tono divertido.
- Ni siquiera sé qué es lo
que estoy haciendo acá, no sé si es un sueño, si es real, si es una borrachera,
no lo sé- la confusión se apoderaba de mí. Florencia me miró mientras yo hundía
la cabeza en mis manos. Se sentó al lado mío y me dio una palmada en la
espalda.
- No te preocupes, la
mayoría de las personas que está sentada en los bancos tampoco sabe de dónde
viene, ni a dónde va, ni por qué está acá, ni nada. Sólo se acuerdan de su
nombre- me dijo la azafata, que a pesar de su tono conciliador, seguía
pareciéndome una completa extraña en una
situación que se tornaba hostil para mí.
- ¿Esto es un sueño?- le
pregunté. Como si la respuesta que pudiera darme me tranquilizara.
- Sí y no. Pero no importa
qué es todo esto. Vos hoy tenés que emprender un viaje en barco, en avión, en
colectivo o en tren- me contestó Florencia, con total normalidad en sus
palabras.
“Viaje”, la pronunciación de
esa palabra generó un eco dentro de mí.
- Viaje… en un viaje conocí
a mi novio. Fue hace… tres años. Tenía veinte años y él veintidós- el cerebro
estaba a punto de explotarme. Ese recuerdo despertó mi memoria dormida.
Me acordé que conocí a
Germán durante unas vacaciones de verano en Villa Gesell. Habíamos ido con un
grupo de amigas a una fiesta en la playa, y bailamos frente a un grupo de
chicos, en el que estaba Germán. Ni él, ni yo, nos sacábamos la vista de
encima.
Después del baile fui a
buscar algo para tomar a la barra, y se me apareció él.
Ojos verdes, pelo negro,
barba candado, dientes perfectos. Me sonrió y me dijo:
- ¿Querés ir a caminar por
la playa? Podemos ver el amanecer… Por cierto, soy Germán-
- Sí, quiero. Yo me llamo
Carla- parecía hipnotizada. Estaba extasiada por ese chico. Mientras me iba de
la barra con él, mis amigas emitían gritos mudos de exaltación.
En todo momento me trató con
dulzura, con paz y armonía. Ver el amanecer con él, podía compararse con estar en el paraíso.
Después nos vimos un par de
veces más, hasta que tuvimos que despedirnos. Yo vivía en Capital y estaba
estudiando psicología, y él vivía en Bahía Blanca y trabajaba de recepcionista
en una empresa.
- ¿Y no se vieron nunca
más?- quiso saber Florencia, la azafata. Ahí me di cuenta de que seguía sentada
en ese banco, en medio de una gran confusión. Preferí seguir con la historia.
- Después de aquel verano,
nos hablábamos por Skype. Estuvimos así un año entero, hasta que me dijo que se
mudaba…- miré a Florencia que seguía atenta a la historia. También vi de reojo
a las personas que se seguían despidiendo. Me estremecí.
- Germán se mudó a Capital,
a dos cuadras de mi casa. Consiguió laburo en un call center y le pidió mi mano
a mi viejo la misma noche que lo invité a cenar en calidad de “amigo”, para festejar su nuevo trabajo…-
- ¡Ay, que romántico!-
aportó Florencia a la cuestión.
- Yo no podía creer que todo
estaba pasando tan rápido- comenté para mí misma.
- ¿Y entonces? ¿Qué pasó?-
quiso seguir sabiendo Florencia.
Los recuerdos llegaban
paulatinamente a mi cabeza. Como si estuviera reescribiendo mi vida.
Le conté a Florencia que ya
habían pasado tres meses desde la última
cena en la que había presentado a Germán como mi “amigo”.
- Hicimos una nueva cena,
pero esta vez, oficialmente iba a contarles a mis padres que Germán, era mi
novio- expliqué con más detalle.
Florencia quiso preguntar algo, pero al verme que
continuaba con mi relato no quiso interrumpirme.
- Y así empezamos nuestra
vida de novios. Germán recibió un ascenso en el call center, pasó a ser el
encargado y supervisor. Eso es lo último que recuerdo…-terminé el relato con
una mueca de dolor, tocándome la frente que me palpitaba.
- ¿Estás bien?- escuché que
me decía Florencia- estás pálida ¿querés un vaso de agua?-.
- ¿Hay agua en este lugar?-
dije en tono de broma, pero también con un poco de realismo en mi expresión.
- Yo no entiendo qué haces
acá si tenés una vida tan linda, o por lo menos ordenada- se sinceró Florencia.
- ¿Qué es este lugar? ¿Por
qué estoy acá? ¿Vos sabés?- pregunté de repente, como si aquellas preguntas me
sacaran por completo de esa situación incómoda y extraña.
- A mí me mandaron acá a
esperar y de casualidad que te encontré
a vos, porque sino es un embole. Ponele que este lugar es una sala de espera
gigante, para todo tipo de personas y todo tipo de medios que las transportan-
explicó Florencia, conforme con su respuesta.
- Yo sé que esto es un
sueño. Tengo una angustia muy grande en el pecho que no se me va- traté de
hacer catarsis con lo que sentía.
- Probá cerrando un poco los
ojos, por ahí estás mareada y necesitás ubicarte. Yo te voy a buscar un vaso de
agua- me dijo Florencia y se fue.
Yo la seguí unos segundos
con la mirada, pero la cabeza estaba a punto de estallarme de nuevo. Cerré
fuerte los ojos y los mantuve así por unos segundos.
La jaqueca disminuyó
considerablemente y abrí los ojos. Todo estaba oscuro. La terminal había
desaparecido por completo, sólo estaba yo, sentada sobre… la nada.
Traté de tranquilizarme y
pensar una solución que no me hiciera perder por completo la cordura.
“Estoy soñando”, pensé
restregándome los ojos. Cuando pude hacer foco de nuevo en la oscuridad, vi un
punto de luz que se acercaba a mí, y cada vez se hacía más grande.
Cuando estuvo a escasos
centímetros de mí, me encegueció y tuve que entrecerrar los ojos, cuando los
abrí estaba en el comedor de una casa.
- Acá nos mudamos con Germán
hace un año y medio…-dije en voz alta con la necesidad de acomodar mis
recuerdos.
De pronto alguien irrumpió
en la habitación, venía de la cocina. Traía platos y cubiertos. Era yo misma, me vi inmersa en mi realidad.
Salí de mi estupefacción
cuando llegó Germán con un portafolios, besó en la boca a la Carla “cocinera” y se
sentó a la mesa. Carla le dio un plato de guiso. Apenas lo probó.
- ¡Esto está que pela! ¡Pero
vos sos estúpida, me recontra quemé!- gritó alterado.
- ¡Bueno, calmate, no es
para tanto!- le dijo Carla mientras levantaba el plato de la mesa.
- Perdoname amor, es la
oficina que me saca y me la agarro con vos. La próxima tené más cuidado- se
serenó Germán agarrando la copa llena de agua y tomando un sorbo.
- Sí…-atinó a responderle Carla.
Todo se apagó de nuevo, como
si esa situación hubiera sido producto de reflectores de luz. Otra vez yo en mi
oscuridad. Otra vez un punto lumínico acercándose
a mí.
Ahora me veía desde un
rincón del dormitorio junto a Germán en la cama. Parecía apagada.
- Hiciste bien en dejar la
facultad. No era para vos. Vos estás para otras cosas, ya vas a ver- dijo
Germán. La Carla que estaba sobre la cama con él, le contestó con un “sí”
escueto.
- Mi amor, hoy nos toca
eh…-volvió a hablar Germán. Yo enseguida supe qué significaba esa frase, y la
Carla de la cama también parecía intuirlo.
- No tengo ganas hoy-
contestó Carla, tratando de imponer un respeto que se fue desmoronando.
- Dale, es un ratito nada
más-dijo Germán, y sin esperar respuesta se abalanzó sobre Carla, que
intimidada apenas se movía. Cuando Germán se bajó los calzoncillos, ella quiso
zafarse, pero recibió dos cachetazos en la cara, al grito de “¡Quieta!”.
Germán empezó a jadear más
en señal de triunfo que de placer. Carla apenas se movía. No se animaba ni a
llorar. Ni siquiera pestañeaba.
Yo desde mi rincón en aquel
lugar, me sentía extraña. Sentía empatía por mí misma, me dolían aquellos golpes
en todo el cuerpo.
Finalmente el recuerdo, se apagó.
La oscuridad se convirtió en
un bálsamo para mí. Necesitaba pensar en lo que había visto. Pero al notar que otro punto lumínico se
acercaba, quería salir de ahí, me sentía presa, torturada.
Cerré los ojos y no quería
abrirlos por nada del mundo. Sentí una brisa primaveral.
Al abrir los ojos, me odié
con toda el alma. Me veía a mi misma sentada en un banco de plaza y a mi lado
mi padre. Ambos estábamos mudos, como hablando en un idioma enteramente
nuestro.
La Carla que estaba sentada
en el banco, llevaba lentes oscuros y un buzo largo a pesar del clima
primaveral.
Mi padre comenzó a hablar.
Me acerqué para oír la conversación.
- Vos sabés que a tu hermano
y a vos con mamá los educamos para que tuvieran toda confianza con nosotros.
Respetamos su privacidad, pero siempre priorizamos que nos hicieran saber lo
que les pasa. A vos, qué te pasa hija.
Ya no venís más a casa, si nos vemos
tenemos que hacerlo en lugares públicos. Mirá cómo estás vestida:
anteojos de sol y un buzo hasta las rodillas con veinticinco grados de temperatura
¿Las cosas no están bien con Germán?- preguntó mi papá a la Carla que estaba
sentada a su lado.
Ella apenas pudo hacer un
gesto con la cabeza.
- ¿Por qué dejaste la
facultad? ¿Tenés problemas con alguna droga?- siguió preguntando mi papá.
Carla empezó a llorar bajo
sus lentes de sol. Estupefacto, mi papá rodeó su brazo sobre el cuello de ella.
Tenía la marca de un hilo alrededor de él.
- ¿Qué es esta marca, hija?- volvió a la carga mi papá.
- Nada, papá, dejá. Me
resbalé en casa y me golpee la nuca- inventó una excusa Carla.
Los pretextos ya formaban
parte de una gran humillación. Mi papá lentamente acercó sus manos a la cara de
Carla para sacarle los lentes. No se detuvo ante las súplicas que ella hacía
por lo bajo.
Al ver por completo el
rostro de Carla, mi papá abrió grande sus ojos. Ella empezó a llorar. Tenía el
ojo izquierdo morado, y un corte bajo la pestaña de su ojo derecho.
- Papá, por favor…-
suplicaba Carla, sollozando.
Él le agarró uno de sus
brazos, y le arremangó el buzo. Ella, cansada de la mentira lo dejo hacer.
El brazo estaba lleno de
hematomas y cortes.
- Papá, yo voy a solucionar
esto, por favor, dejame solucionarlo- imploraba Carla, ante la mirada atónita
de su padre.
- No sé cómo pude ser tan
ciego ¡drogas, te dije! ¡Te caga a trompadas! Mi chiquita… Ya mismo vas a
buscar tus cosas y te vas de esa casa, yo te voy a pasar a buscar ¿estamos?-Mi
papá trataba de controlar el torbellino de emociones que estaba sintiendo.
Carla atendió al pedido de papá, se
levantó del banco y se fue.
El recuerdo, se apagó.
Me dolía la cabeza, me sentía avergonzada. Otro punto lumínico se acercaba en la oscuridad. Esta vez, me entregué a él.
Aparecí sentada en una silla de la casa que compartía
con Germán. Sentí ardor en uno de mis brazos, al mirarme comprobé que ya no era
una espectadora de mi propia vida, sino que estaba viviéndola.
Me pasaba alcohol etílico
sobre algunas heridas abiertas en los brazos, cuando me percaté de que debía
salir rápido de ahí.
Fui a la habitación, y en
una valija metí la ropa que tenía. Cuando iba a salir por la puerta a esperar a
mi padre afuera de la casa, Germán entró estrepitosamente. El corazón empezó a
latirme mucho más.
Al verme, el semblante de
Germán cambió por completo. Estaba enajenado.
- ¡¿A dónde vas, hija de
puta?! ¡¿Me vas a dejar, pedazo de conchuda!?-gritaba Germán.
- ¡Por favor, dejame ir! ¡Esto
no da para más!-le grité, tratando inútilmente de razonar con él.
Germán me agarró del cuello
y me llevó hacia una pared.
- No entendés que si no
estoy con vos, yo me mato, no vas a estar con nadie más que conmigo- la mano de
Germán apretaba cada vez más mi cuello. Me estaba ahogando. Sobre la mesa,
todavía quedaba la botella de alcohol etílico. Con una fuerza sobrehumana logré
alcanzarlo y se lo eché a los ojos.
Germán me soltó aullando de
dolor. Yo sentada en el piso, todavía mareada, empecé a gatear hasta la puerta.
Sentía como mi ropa se humedecía y tenía mucho olor a alcohol, a continuación
tras de mí vi una llama enorme de fuego sobre mi ropa.
Germán enjugándose los ojos,
seguía enajenado.
- ¡ARDÉ, CONCHUDA, HIJA DE
PUTA!- gritaba con un encendedor en la mano.
Estaba prendiéndome fuego
poco a poco, trataba de rodar por el suelo, pero el fuego, el ardor y el dolor
eran inmensos. Los pantalones y la remera se deshacían. Ya no podía moverme
más.
Entré en camilla al hospital
con los ojos perdidos. En la terapia intensiva, desde un rincón, podía verme totalmente quemada
con aparatos conectados a todo el cuerpo. Mi papá, mi mamá y mi hermano me
miraban con la lástima que se le tiene a un moribundo.
- Cuando llegué ya era
tarde, estaba tirada en el piso, parecía una antorcha. No saben cómo peleaba
para vivir, para no darle el gusto al animal ese. Por suerte llamé a la policía
y ahora está preso. La fiscal espera caratular la causa como femicidio- dijo mi
papá abrazando a mi mamá, llorando.
- Ya es hora de partir,
Carla- me dijo Florencia, que se había aparecido al lado mío.
- ¿Qué? ¿Me voy a morir?- le
pregunté angustiada.
- Podemos verlo de otra
manera: vas a un mejor lugar. Tu cuerpo no va a aguantar mucho más- dijo
Florencia en tono solemne.
- ¿Me puedo despedir?-
pregunté conservando la entereza. Había dolores mucho más profundos. Florencia
asintió a mi pregunta.
Abrí los ojos en la cama, quería ser rápida
para evitar más sufrimiento.
- Los amo…-les dije dejando
caer una lágrima.
Volví al lado de Florencia,
pero ya no estaba en el hospital, estaba frente a un barco en el puerto.
A lo lejos vi como mis
padres abrazaban mi cuerpo inerte en la terapia intensiva. Me estremecí
.
- Bueno, parece que te vas
en barco- me dijo Florencia extendiendo un boleto hacia mí.
- Prometeme que van a estar
bien, es lo único que te pido- le rogué a Florencia.
- Van a salir adelante. Van
a estar bien. El que no va a estar bien es tu exnovio, va a pasar mucho tiempo
en la cárcel. Espero no encontrármelo por acá nunca- Florencia me sonrió. La
abracé como hubiese querido saludar a
mis seres queridos.
Agarré mi boleto, mi pequeña valija y me subí al barco, que
zarpó en apenas unos segundos.
De pronto, todo se fue
volviendo oscuridad y un nuevo punto lumínico se acercaba a mí.
Esta vez se podía escuchar
lo que ocurría. Lo último que escuché
antes de abrazarme a la luz, fue el
llanto de un bebé naciendo.
Muuuuy buenooooo que excelente ginal
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