“Si sigo así, voy a conocer todos los galpones abandonados de la ciudad”, pensó Federico mientras lo ataban a una silla. Seguía un poco confundido por la trompada que le había dado Alfredo, uno de los trabajadores de la estancia de Augusto, que ahora era un matón.
En el lugar se sentía un olor ácido y a combustible. Era de noche y el viento generaba un sonido de tensión. Federico hizo foco a su alrededor. Miro hacia el techo en forma de arco. Una luz lo alumbraba.
- ¿Estabas con la piba?- se apareció de repente Alfredo.
- No, estaba solo- mintió Federico. Su corazón palpitaba cada vez más en un ritmo parsimonioso. Se estaba calmando.
- Será mejor que no me mientas. Ahora vamos a esperar al jefe- anunció Alfredo con un rasgo de nerviosismo en sus ojos.
- Augusto se enteró que en el secuestro quisiste violar a Valeria ¿no? ¿Te amenazó con tu hija?- quiso tratar de quebrarlo Federico.
¡¡Callate!! ¡¿Qué decís?!- respondió Alfredo incómodo mirando hacia la gran puerta del hangar.
- Si no me secuestrabas, él mata a tu hija. ¿Cuántos años tiene? ¿Siete?- redobló la apuesta Federico.
- ¡¡¡Callate, pibe!!!- Alfredo estaba ya muy nervioso. Le dio una trompada en el estómago a Federico y se alejó para no tener que escucharlo más. Sus palabras retumbaban en su cabeza. Le recordaban que estaba entre la espada y la pared.
Valeria decidió hacer unas compras para la casa y así disimular frente a su padre. Quería eliminar cualquier indicio que probara que estuvo con Federico. Cuando se dispuso a poner la llave frente a la cerradura de la casa, su padre y Mariano salieron de adentro. Valeria se sobresaltó y pensó lo peor, pero ellos parecían estar apurados.
- Mi amor, nos salió una reunión importante, tenemos que ir a un restorán. Hay comida en la heladera. Te quiero- le decía Augusto a Valeria a medida que se alejaba de ella y subía al auto.
- Cuidate, te amo- le dijo Mariano y subió al auto de Augusto.
Valeria tiró las provisiones que había comprado dentro de su casa y cerró la puerta. Buscó su bicicleta y siguió el auto de su padre.
La noche era cerrada, los caminos rurales se hacían cada vez más estrechos, oscuros, vertiginosos. Valeria seguía avanzando a pesar del temor. El auto de su padre le sacaba dos cuadras, pero no se apuraba. No quería que notaran su presencia.
Luego de pedalear media hora, el auto de su padre se detuvo en un gran galpón abandonado en el medio de la nada.
El corazón de Valeria parecía que quería salírsele del cuerpo: latía por el cansancio del pedaleo y también por la incertidumbre de saber qué tramaba su padre.
Se bajó de la bicicleta y la dejó a unos metros del galpón escondida en unos pastizales. Caminó despacio hasta el hangar, y por una de las hendijas del portón vio lo que estaba pasando.
Augusto se acercó a Federico con una mirada amenazante, llevaba una pistola en su mano derecha. Mariano lo secundaba. Más atrás, nervioso, estaba Alfredo.
- Todo esto por una simple gripe, ¿no es cierto? Te dije que ibas a terminar mal, querido. No quisiste escucharme. Mandale saludos a tu papito…- le habló con cinismo Augusto a Federico.
- Si me vas a matar, decime por qué mataste a mi viejo- le dijo Federico con mucha bronca y furia contenida.
- Yo no maté a tu preciado papito, nene. Parece que se suicidó- ironizó Augusto.
A continuación, le indicó a Alfredo que se acercara y le tendió la pistola en la mano.
- Matalo Alfredo, es una escoria. Le hacemos un bien al mundo- dijo Augusto. Mariano sonrió.
Alfredo empezó a temblar. Le apuntó a Federico en la cabeza con decisión.
Desde afuera del galpón, Valeria escuchó un estruendoso disparo.
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