En las playas, en los desiertos, en algunas plazas de juegos. Millones y millones de granos de arena organizados en montículos uniformes, formando parte de alguna superficie.
La arena forma grandes extensiones del territorio, y compacta,
es imposible moverla, hasta que uno
intenta tomarla con sus manos. Ahí, de un momento a otro empieza a escurrirse
entre los dedos y deja vestigios de su presencia.
La vida, funciona de la misma manera.
Dicen que la vida, es un instante entre la nada y la
nada. Es ese momento efímero en el cuál uno puede hacer y sentirlo todo, pero
claro, ese intervalo no dura para siempre, tiene una fecha de vencimiento que
nadie puede precisar, y cuando el tiempo caduca sólo quedan huellas de lo que
uno fue, de lo que uno vivió, de lo que uno sintió, de lo que uno hizo.
Hay vidas cortas de apenas unas horas y vidas largas de
cientos de años.
La vida es como tomar la arena con las manos. De a poco
se va escurriendo. Igual que querer tapar el sol con un dedo, o negar que uno
está enamorado.
La vida es ese tiempo que uno se toma para ir por sus
sueños, por la felicidad, por el amor. Pero como nada es para siempre, la
misión no es nada sencilla.
Perseguir los sueños, aprovechar los instantes de
felicidad, disfrutar del amor, es la premisa máxima a cumplir antes de que la
vida se escurra como arena entre los dedos, y la “nada” apague el corazón para
siempre.
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