4/3/17

Novela: "El suéter de lana". Capítulo 25.

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Apenas nació, la familia de Federico ya estaba rota. Su madre lo abandonó al poco tiempo de nacer y se quedó sólo con su padre.
Siempre sintió el vacío de haber perdido a su madre, y a pesar de que ella estuviera viva, para Federico, estaba muerta y enterrada.
Desde chico lo cuidaba una vecina de su barrio, que compadecida por su situación se ofreció a ser su niñera mientras su padre trabajaba. 
La vida de Federico transcurría como un niño normal, hasta que a su padre lo echaron de su trabajo: se volvió alcohólico y tuvieron que mudarse de casa, ya que el dinero escaseaba.
La vecina ya no pudo cuidar más de Federico y él entendió, a su corta edad, que tenía que tomar las riendas de su familia a riesgo de que se rompiera por completo.

A pesar de la adicción al alcohol que tenía Mario, el padre de Federico, consiguió un nuevo trabajo en un campo, sembrando y cosechando frutos  para una empresa en ascenso de helados artesanales. 
Federico con la mentalidad puesta en que su familia saliera a flote, continuó sus estudios primarios y los terminó en tiempo récord. Le encantaba estudiar y leer, por lo que no tuvo inconveniente alguno en su aprendizaje.
Ya iniciando la adolescencia de Federico, Mario, su padre, se enfermó. Según los médicos de la empresa para la que trabajaba tenía un simple asma y debía guardar reposo y además le pagarían los días que no trabajara.

Casi terminando el secundario, a los 15 años, en otra maratónica carrera de saber, Federico quiso empezar a trabajar en el campo en lugar de su padre que seguía con su dolencia. Ganaría un sueldo extra, que le iba a ayudar a comprar los remedios para curar a su progenitor.
Al principio iba todo sobre ruedas en el trabajo, pero había situaciones bastante extrañas. Las personas con las que trabajaba parecían tener los mismos síntomas que su padre: mucha tos, dolor general en el cuerpo y la piel se les tornaba azulada.
Esto asustó mucho a Federico, pero decidió investigar al respecto, para descartar que la enfermedad de su padre lo estuviera poniendo paranoico.

Los días pasaban y cada vez más gente  era recetada con reposo en su casa. Además otros familiares los reemplazaban en sus tareas, ya que todos eran humildes y necesitaban el dinero.
Federico no sentía síntomas de nada. Parecía que aquella supuesta enfermedad que aquejaba a todos se hubiera olvidado de él. Sabía que algo estaba pasando con su padre y sus compañeros de trabajo, asi que tomó muestras de una de las plantas que estaba tratando y se  las llevó a uno de sus profesores del colegio que era biólogo y científico.
- ¿De dónde sacaste esto, Federico?- preguntó, preocupado su profesor.
- Es una planta que encontré. ¿Pasa algo?- se hizo el desentendido el muchacho.
- Mirá, no sé de dónde sacaste esto, pero es muy peligroso: a esta planta, prácticamente la rociaron con cáncer…- explicó por fin el profesor.

Federico no podía creer en aquellas palabras. Le hizo redactar a su profesor un informe sobre esa planta y se lo presentó a un encargado en el trabajo. Poco después lo echaron y fue directo a la oficina donde trabajaba el  mismísimo Augusto Lunini. Quería que le diera explicaciones sobre la planta con herbicida de dudosa procedencia y su despido.
Ni bien Federico  irrumpió en la habitación, Augusto se ofuscó e intentó razonar con el muchacho, pero ante las pruebas irrefutables, el empresario cambió el aspecto de su cara y las formas de persuasión:
- Rajá de acá, pibe. Tomatelas. Nadie te va creer. Todo el mundo va a pensar que sos un busca fama, o que me querés sacar guita. Y si se te llega a escapar algo, paga tu viejo y después vos. Hay promoción de nichos en el cementerio. Ah, me olvidaba, tu viejo también está despedido. Hace mucho que no viene a trabajar y no le podemos seguir pagando el tratamiento…-contestó con cinismo Augusto, a las acusaciones de Federico.

El chico, que ya tenía 16 años buscó otro trabajo con el cual pudiera pagar un antídoto para salvar a su papá, ya que era muy caro.
Finalmente consiguió todo para generar el reactivo, que su profesor generó y así salvó a su padre, pero las cosas no iban a quedar así.
Federico empezó a investigar: libros de biología, geografía, Ciencias Naturales, Ciencias Sociales, el Código Penal, el Código Civil, etc. Así llegó a los 18 años y juntó a todos los exempleados de Augusto para contarles su plan.

Todos tenían suficientes razones para querer vengarse del empresario, ya que, a costa de su salud, había amasado una gran fortuna. Iban a pegarle donde más le dolía: su hija.
Entre todos, fijaron una cifra para el secuestro: sólo participarían los hombres de las familias. Todo iba a ser sencillo: raptarían a Valeria y cobrarían el dinero con el cual cada familia podría costear el antídoto para curarse y alejarse del pueblo ante las posibles represalias.
Mario, el padre de Federico, quedó al margen de todo por pedido de su hijo aunque siempre se enteraba de  lo que hacía. Nunca hizo objeciones al respecto.
Así fueron urdiendo el plan del secuestro. Federico sería la cara visible junto a los ayudantes que serían los hombres de cada familia damnificada.
Consiguieron la estancia abandonada: “Un nuevo sol”, y la acondicionaron para la ocasión.

Todos estaban jugados, todos apostaban al todo o nada. Sabían que si fracasaban se acabaría todo, incluso sus vidas cuando Augusto se enterara quiénes eran los secuestradores de su hija.
Así se llevó a cabo el secuestro,  con cierto nerviosismo, dejando claro que ninguno era un secuestrador profesional, solo eran gente común, luchando por lo que creían justo.
Pero las equivocaciones y los fallos, tiraron todo por la borda.
Uno de los hombres había intentado violar a Valeria cuando le llevaba la comida. Otro la lastimó y por último la policía los había encontrado, con el agravante de que Augusto vio al artífice del secuestro de Valeria: Federico.

Las represalias no tardaron en llegar: al poco tiempo de cumplir con su condena, Federico fue a su casa y su padre se había suicidado misteriosamente. No había podido evitar que su familia se quebrara en mil pedazos.
 Pensaba y pensaba, pero por alguna razón, en su cabeza, siempre aparecía la imagen de Valeria. Era una semilla, que para él, amenazaba con germinar y le daba pánico,  así que siempre trataba de ignorarla. Pero a veces, era imposible evitarlo.

Todas esas imágenes surcaban la mente de Federico, mientras Valeria lo miraba expectante del otro lado de la mesa, en aquel departamento que gracias a ella ahora sería suyo. 

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