20/1/17

Novela: "El suéter de lana". Capítulo 24.

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Valeria tenía ocho años cuando su papá le regaló un cuaderno con un candadito plateado. Él le dijo que allí podía escribir todo lo que quisiera y que nadie podría leerlo porque  la llave del candado iba a quedar al cuidado de ella.
Valeria se entusiasmó con el regalo y eligió el lugar perfecto para esconderlo.
Debajo de su cama, sobre la pared, había un adoquín falso que ella usaba para guardar todas aquellas cosas que eran especiales para ella. Estaba la foto de su mamá y también el suéter de lana que había heredado,  y  que se lo pondría cuando no le quedara excesivamente grande.

Valeria escribía todos los días en su diario, al principio, pequeñas frases, actividades que había hecho en el día, y con el correr del tiempo fue volcando en el papel sus sentimientos más profundos.
Escribía lo mucho que extrañaba a su mamá, lo estricto pero bueno que era su papá, y la incomodidad que sentía cuando “unos señores” de negro iban de vez en cuando a la heladería a “hablar” con su padre. Siempre que iban al local, le llevaban un regalo, pero ella les tenía mucho miedo a sus sonrisas impostadas.
Escribía sueños como poder ir a Disney, o pesadillas como quedarse sola y que uno de los nenes grandes que estaban en la casa donde vivía cuando su papá no podía cuidarla, la  tocara por debajo de su ropa por más que ella le dijera que eso no le gustaba. Su padre jamás se enteró de eso.

Con esas vivencias, Valeria creció y llegó a la adolescencia. En el colegio era una alumna que no sobresalía por sus notas, y llevaba una vida tranquila junto a su grupo de amigas.
A los 13 años le suplicaba a Augusto que la dejara salir de  noche, que sus amigas ya iban a fiestas y bailes solas. Pero Augusto no la dejaba. Hasta que una noche, decidió escaparse.
Esperó a que su papá se quedara dormido y con una copia de la llave que había hecho días atrás, salió por la puerta principal de su casa haciendo el menor sonido posible.
Arreglada y con un vestido turquesa, se juntó con sus amigas a la salida de un boliche, pero ella no pudo entrar.
Sus amigas le prometieron que darían una vuelta en el lugar y luego se iban a reencontrar con ella a la salida, pero nada de eso ocurrió. La espera fue eterna. Afuera de ese lugar había grupos de chicos que le gritaban  frases de índole sexual. Después de una hora y media decidió irse de ahí, con tristeza, bronca e impotencia.
Cuando llegó a su casa, hizo el mayor ruido posible y descargó sobre el pecho de su padre las penurias que había sufrido esa noche.

Después de aquella salida rebelde, Augusto se volvió aún más sobreprotector con su hija, lo que generó que ella perdiera las únicas amistades que tenía. La protección se volvió una cárcel. Un mundo paralelo dentro del mundo real. Así transcurrió Valeria su adolescencia. Él único además de su padre que siempre estaba para ella, era Mariano, un chico que trabajaba con su padre que siempre había estado enamorado de ella, y al que jamás  vio como más que un amigo. Luego de su secuestro a manos de Federico, Valeria se sintió conmovida ante la insistencia y protección de Mariano, y terminó aceptando ser su novia, despúes de más de mil pedidos.

El secuestro alertó  a Valeria. Tras su liberación, jamás volvió a ser la misma: estaba más desconfiada, solitaria y rebelde. Comenzó a replantearse su vida y la gente que la rodeaba.
Por alguna razón siempre le dieron miedo aquellos señores que visitaban a su padre en la heladería cuando ella era chica. Por más que buscara creer en su padre, eso no era normal y por más que ya prácticamente no los viera, algo le hacía pensar que seguían frecuentando a Augusto.
Después del secuestro, no podía dejar de pensar en Federico y la relación que éste tenía con su padre. Recordaba como Augusto quiso matarlo apenas vio que Federico era su secuestrador, y cómo evadía las preguntas cuando Valeria le preguntaba sobre él.
Un día, Valeria llegó temprano de hacer unos mandados y Augusto estaba hablando con Mariano sobre la mamá de ella. Pudo escuchar que Augusto decía que no se perdonaría jamás la muerte de Laura. Que era culpa suya.

A partir de ese momento, las sospechas de Valeria cobraron otro sentido. Ella volvió a cambiar. Necesitaba desenmascarar el misterio de la muerte de su madre y saber si Federico estaba ligado a eso. Además de que por alguna extraña razón quería tenerlo cerca.
En un trabajo minucioso que le llevó varios meses, le pidió al juez de la causa de su secuestro, que Federico quedara a cargo de ella. El juez, descreído, le negó el pedido varias veces, hasta que terminó aceptando por la insistencia, pero con una condición: llevaría siempre con ella un botón antipánico por cualquier eventualidad, ya que, el juez le recordó, quería tener a su cargo a su propio secuestrador.

Y allí estaba Valeria, junto a Federico, el hombre que la tuvo cautiva. Sentados frente a frente en un departamento. Tratando de develar los misterios que a ambos envolvían. 

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