26/4/16

Novela: "El suéter de lana". Capítulo 22.

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Augusto se quedó dormido en su escritorio  tomándose una copa de vino. Rara vez soñaba, sin embargo, las imágenes pasaban como flashes por su cabeza.
Recordaba su infancia en la estancia: “Un Nuevo Sol”, recordaba a sus padres, recordaba las gallinas, las vacas y la cosecha.
Recordó el fallecimiento de su madre. Su padre abandonando la estancia y buscando suerte en la ciudad.

Rememoró sus días de adolescente trabajando en una heladería. Recordó ver a Laura, su primer y único amor dándole un tierno y dulce beso.
Las imágenes seguían surcando su mente, recordó a Pedro su mejor amigo, lo vio  besándose con Laura a escondidas en su propia casa. Con dolor, pudo ver  a ella embarazada de él. Recordó que un día se pelearon, que todo había terminado entre ellos. Sintió gran calidez cuando volvió  a tenerla en sus brazos y Pedro desapareció  para siempre.

Recordó abrir su primer negocio y los primeros pasos de Valeria. Recordó el primer momento de la enfermedad de Laura, las recaídas, la ambulancia, su última sonrisa, su último beso, su último apretón de manos, su última mirada, su último destello de luz. Recordó el cementerio y el día del entierro.

Vio con claridad, estar en la quiebra con su negocio, recordó a los hombres de traje negro y elegancia,  entrar por primera vez en la heladería. Le dijeron en tono serio y solemne que no cerrara el local, que ellos se ocuparían de todo, pero debía cumplir unos favores a cambio.

Recordó estar quebrado, al punto de  no tener nada para darle a Valeria para comer y tomó la decisión de dejarla a cargo de un asistente social.

Recordó ceder ante los pedidos de los hombres de traje negro, recordó que le pidieron “encargarse” de un par de personas, recordó su desesperación, impotencia y ganas de volver a estar con su hija. Recordó sentirse la muerte, recordó como fue perdiendo cualquier escrúpulo ante cada encargo de sus “jefes”.
  
Recordó volver a abrir la heladería y ganar mucho dinero. Recordó volver a buscar a Valeria. Recordó hacerla feliz a cualquier precio. Recordó su trato con los hombres de traje negro. Recordó los “favores” que realizaba en su negocio. Recordó el uso de agroquímicos, para una mejor venta de sus productos. Recordó a  los trabajadores de la estancia enfermos  de cáncer. Recordó a sus amigos de traje negro solucionarle el “asunto”.   Recordó su pacto de sangre.

De repente, despertó, despertó de su pesadilla. Despertó de la pesadilla que era su propia vida. Se llenó de ira, de resentimiento, era momento de terminar con todos los cabos sueltos que querían atacar su mundo de fantasía. 


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