- Está al borde de la locura Augusto, va a hablar- dijo Mariano hablando por celular.
- Si, lo supuse cuando me contaste lo de tu secuestro. Menos
mal que los muchachos llegaron a tiempo ¿no? Bueno, hay que poner en marcha el Plan B, Mariano. Ya sabes lo que tenés que hacer…-le respondió Augusto,
del otro lado de la línea.
- No creo estar preparado, no quiero que me tiemble el
pulso.-contestó Mariano con un hilo de voz.
- No te va a temblar el pulso. Con este cabo suelto, nuestro imperio se termina. Y acá no se salva
nadie, caigo yo, caes vos y todos los demás. Dejá los escrúpulos de lado como cuando te metiste en la cama de mi
hija. Todo depende de vos, Mariano.
Augusto cortó la comunicación, justo cuando Valeria
atravesaba como un rayo el comedor de la casa con dirección a su habitación. El
empresario, con una sonrisa en su rostro se dispuso a terminar su copa de vino.
Había pocos edificios altos en la ciudad, así que Mariano no
pudo elegir mucho, pero tuvo la suerte
de que una de las estructuras diera justo al hospital donde estaba internado
Federico.
Empuñaba un rifle de francotirador, había aprendido como
usarlo en uno de esos tantos viajes que hizo con Augusto “a pescar” luego del secuestro
de Valeria. Hoy era su prueba de fuego,
debía demostrar lealtad férrea para con Augusto y los suyos. Debía ganar esa
lealtad con la sangre de un traidor: Federico.
Se posicionó justo frente a la habitación del muchacho y
apuntó con la intención de arrancarle la cabeza de un balazo.
Federico estaba desprotegido, ya que dormía a causa de los sedantes
producto de la visita de Valeria.
Mariano apuntó y apoyó su dedo sobre el gatillo. En ese
momento su visión comenzó a nublarse y frente a él volvió a aparecer el
granjero que le apuntaba con su escopeta.
Mariano no dudó, sin mover el arma que seguía en posición
estática, disparó.
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