Mariano sentía que la cabeza le estallaría en cualquier momento. Estaba en un lugar completamente oscuro, atado a una silla y con una mordaza que le impedía pedir ayuda.
Sentía olor a aserrín, pero no pudo descubrir nada más,
porque alguien abrió la puerta del galpón y la luz que entró lo cegó por
completo.
La figura que se acercaba a él no le parecía familiar hasta
que le sacó la mordaza y comenzó a amenazarlo:
- ¡Decime ya, quién mató a mi viejo, porque cuento lo que sé!-
le gritó Federico, que ya no era el secuestrador comprensivo pero firme que
había sido con Valeria. Más bien ahora, estaba iracundo y desesperado.
- No sé de qué me estás hablando… ¿dónde estoy?- respondió
Mariano, fingiendo confusión.
- Colaborá Mariano, o querés que Valeria vuelva a
desaparecer, pero esta vez para siempre…- Arriesgó Federico, que no tenía ni la
más mínima intención de hacerle daño a Valeria, sino de amedrentar a Mariano.
- ¡No! No le hagas nada a Vale, por favor…- fingió asustarse
Mariano.
- Entonces hablá- Federico estaba por perder la paciencia.
- Yo no sé que querés,
pero no le hagas nada a Valeria o a Augusto- contestó Mariano.
- Quiero saber si él
es el que mató a mi viejo- le dijo Federico a Mariano, con los dientes
apretados.
De repente, el Mariano asustado cambió por completo. Su
mirada se perdía en la oscuridad. El nombramiento de la muerte hizo que
recordara el día en que Augusto mató a aquel granjero, cuando buscaban a
Valeria. La confusión de toda esa situación le hizo ver a Federico como aquel hombre
que estaba muerto y que no dejaba de torturarlo en su cabeza.
En ese momento, unos seis hombres irrumpieron en ese viejo
galpón, redujeron a Federico y comenzaron a molerlo a golpes, mientras
desataban a Mariano que aún seguía en ese trance, pero disfrutaba de cómo aquellos
matones contratados por Augusto estaban golpeando al granjero, que no dejaba de
retorcerse en el suelo.
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