Todo se reduce a una fuerza superior que va escribiendo nuestro camino en la vida y en la Tierra.
Que pensamos, que hacemos, que decimos, que sentimos.
Todo está librado por este ser superior, que todo lo realiza, como un escritor
desglosando una historia sobre un papel en blanco.
A ese ser “omnipresente”, los humanos lo llamamos
destino.
Si hicimos una cosa y no otra, es porque el destino así
lo quiso.
Si expresamos un sentimiento, fue porque el destino así
lo premeditó.
Si dos almas llegan a unirse en un amor, fue porque
estaban destinadas a juntarse.
Si esas dos almas, se separan, el destino lo quiso así.
¿Todo es azar? ¿Todo está escrito por el destino?
El destino es decisión, es certeza, es elección. Yo
elijo, por eso forjo mi destino.
Si decido estudiar o no hacerlo.
Si decido correr o caminar.
Si decido actuar o cantar.
Si decido pelear o darme por vencido.
Incluso si decido tomar mate, o un café con leche en el
desayuno.
Todo es decisión. Todo es destino. El ser humano es el
único responsable de eso.
Las decisiones son muy poderosas, ya que al final del día, uno siempre tiene la capacidad
de elegir, si seguir apostando a la vida o dar la última bocanada de aire ante la muerte.
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