El sol que anunciaba el inicio de un nuevo
día, despertó a Valeria. Estaba en su cama de siempre, en su cuarto de siempre,
en su casa de siempre. Durante unos instantes, mantuvo los ojos cerrados,
recordando etapas de sus últimos tiempos. Sus 22 años, sólo eran un título, ya
que seguía siendo la nena de papá, y para él, después de todo lo que había pasado con el
secuestro, la independencia de su hija era apenas una utopía y eso le
encantaba.
Valeria terminó el colegio como pudo, no
porque le costara, sino porque la sobreprotección de su papá llegaba a
sofocarla tanto, que no encontraba manera de llevar aire a su vida, si no era
con ataques de rebeldía, que casi hacen que pierda la escolaridad.
Cuando terminó el secundario, se decidió por
estudiar publicidad y marketing, para ayudar a su papá con la empresa familiar,
que algún día ella manejaría, según las aspiraciones de Augusto.
Luego Valeria, comenzó a recordar cómo fue
que se puso de novia con Mariano. Lo quería mucho de eso no había duda, pero
aceptó la relación por cansancio, ya que su pretendiente no se despegaba de
ella, y eso le causaba algún tipo de ternura, además de que su padre influyó bastante para
que finalmente ella aceptara. Pero había algo que la inquietaba de su novio y
eran algunos inconvenientes mentales, que si bien, eran minimizados por él,
ella notaba que no eran para nada normales.
Este día, era muy especial para Valeria, ya que era
un nuevo aniversario de la muerte de su madre y cómo siempre, iba a visitarla al cementerio, pero cómo era
una ocasión especial, decidió llevarle unos jazmines y ponerse el suéter de lana que había “heredado” de ella.
Augusto acompañó a Valeria al cementerio y se
dirigieron al lugar donde estaba su
madre. Con sumo silencio, la chica, dejó caer sobre la parcela
donde yacía su madre, los jazmines que había comprado . Augusto, sólo miraba, sus ojos iban humedeciéndose.
En ese momento, Valeria, le pidió a su padre
un momento a solas con su madre, ya que quería decirle algo privado. Augusto,
refunfuñó un poco, pero terminó por aceptar.
Valeria se sentó al lado de la tumba de su madre y cuando se disponía a
hablarle, vio que a unos metros de donde estaba ubicada, se estaba realizando
un cortejo fúnebre. Sintió un gran escalofrío.
Se levantó de su lugar y comenzó a acercarse para ver mejor lo que ocurría. Los empleados
del cementerio, junto a un muchacho, ubicaron el cajón sobre la tierra. El
muchacho, no paraba de llorar desconsoladamente. Nadie lo secundaba. El
sacerdote, le dio la despedida al fallecido y se retiró del lugar. Valeria,
sólo observaba la escena. El muchacho se arrodilló a llorar sobre el cajón. Sus
sollozos, podían oírse de cualquier parte del mundo.
Valeria sentía mucha empatía por aquel chico y
se acercó para intentar consolarlo, ya que estaba extremadamente solo.
Se acercó despacio. El muchacho permanecía
inmóvil llorando y abrazando el cajón.
Le acarició suavemente la espalda.
Federico se dio vuelta, para observar con
estupor que quien lo consolaba era Valeria.
Ella se sorprendió mucho de verlo allí. Su
secuestrador ya estaba suelto, pero por alguna razón, no le tenía bronca, odio
ni miedo.
Él se secó rápidamente las lágrimas. Ella sólo
lo miraba.
- Perdón, me tengo que ir- dijo Federico,
levantándose antes de salir corriendo.
Valeria, se quedó estupefacta. ¿Sentía algo por
su secuestrador?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¡Dejá tu comentario!