30/10/15

Novela: "El suéter de lana". Capítulo 15.

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El sol que anunciaba el inicio de un nuevo día, despertó a Valeria. Estaba en su cama de siempre, en su cuarto de siempre, en su casa de siempre. Durante unos instantes, mantuvo los ojos cerrados, recordando etapas de sus últimos tiempos. Sus 22 años, sólo eran un título, ya que seguía siendo la nena de papá, y para  él,  después de todo lo que había pasado con el secuestro, la independencia de su hija era apenas una utopía y eso le encantaba.

Valeria terminó el colegio como pudo, no porque le costara, sino porque la sobreprotección de su papá llegaba a sofocarla tanto, que no encontraba manera de llevar aire a su vida, si no era con ataques de rebeldía, que casi hacen que pierda la escolaridad.
Cuando terminó el secundario, se decidió por estudiar publicidad y marketing, para ayudar a su papá con la empresa familiar, que algún día ella manejaría, según las aspiraciones de Augusto.

Luego Valeria, comenzó a recordar cómo fue que se puso de novia con Mariano. Lo quería mucho de eso no había duda, pero aceptó la relación por cansancio, ya que su pretendiente no se despegaba de ella, y eso le causaba algún tipo de ternura,  además de que su padre influyó bastante para que finalmente ella aceptara. Pero había algo que la inquietaba de su novio y eran algunos inconvenientes mentales, que si bien, eran minimizados por él, ella notaba que no eran para nada normales.

Este  día, era muy especial para Valeria, ya que era un nuevo aniversario de la muerte de su madre y cómo siempre,  iba a visitarla al cementerio, pero cómo era una ocasión especial, decidió llevarle unos jazmines y ponerse el suéter de  lana que había “heredado” de ella.
Augusto acompañó a Valeria al cementerio y se dirigieron al lugar  donde estaba su madre. Con sumo silencio, la chica, dejó caer sobre la parcela donde yacía su madre, los jazmines que había comprado . Augusto, sólo miraba, sus ojos iban humedeciéndose.

En ese momento, Valeria, le pidió a su padre un momento a solas con su madre, ya que quería decirle algo privado. Augusto, refunfuñó un poco, pero terminó por aceptar.
Valeria se sentó al lado de  la tumba de su madre y cuando se disponía a hablarle, vio que a unos metros de donde estaba ubicada, se estaba realizando un cortejo fúnebre. Sintió un gran escalofrío.

Se levantó de su lugar y comenzó a acercarse  para ver mejor lo que ocurría. Los empleados del cementerio, junto a un muchacho,  ubicaron el cajón sobre la tierra. El muchacho, no paraba de llorar desconsoladamente. Nadie lo secundaba. El sacerdote, le dio la despedida al fallecido y se retiró del lugar. Valeria, sólo observaba la escena. El muchacho se arrodilló a llorar sobre el cajón. Sus sollozos, podían oírse de cualquier parte del mundo.

Valeria sentía mucha empatía por aquel chico y se acercó para intentar consolarlo, ya que estaba extremadamente solo.
Se acercó despacio. El muchacho permanecía inmóvil  llorando y abrazando el cajón.
Le acarició suavemente la espalda.

Federico se dio vuelta, para observar con estupor que quien lo consolaba era Valeria.
Ella se sorprendió mucho de verlo allí. Su secuestrador ya estaba suelto, pero por alguna razón, no le tenía bronca, odio ni miedo.
Él se secó rápidamente las lágrimas. Ella sólo lo miraba.
- Perdón, me tengo que ir- dijo Federico, levantándose antes de salir corriendo.

Valeria, se quedó estupefacta. ¿Sentía algo por su secuestrador?

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