Valeria se despertó con una terrible jaqueca. La boca le sabía a sangre, estaba confundida y aletargada.
No podía mover los brazos, las manos, ni
su cuerpo. Comenzaba a desesperarse cuando entró Federico a la habitación:
- No te vas a poder mover por un tiempo hasta que se te pase el efecto del calmante. Te golpeaste, bah, te golpearon pero ya me encargué de todo. No puedo dejar que
te pase nada, no antes de cobrar la plata que me va a dar tu papá.-
Valeria no podía moverse, pero no sentía
miedo, ya que recordó el desgano de Federico cuando quiso apuñalarlo, y sintió compasión por él.
- En un par de horas te voy a llevar con tu
viejo. Nada de juegos, ni de boludeces, por favor.-
Federico, se volvió hacia la puerta, la miró y
salió al pasillo. La confusión se apoderó de él, las imágenes sobre el forcejeo
con Valeria, aparecían en su cabeza, como destellos de luz, no podía haber flaqueado
de esa manera, no podía mostrar debilidad, todo debía estar premeditado.
Se sentó una de las sillas de la cocina. La
sangre de Valeria en el piso ya no estaba, pero dentro de él, reconstruía como su secuaz la había
empujado, lo que provocó que se lastimara. Sentía bronca por aquel inepto,
¿sentía preocupación por Valeria? No, él sólo tenía que hacer lo que debía. Debía conseguir esa
cantidad de dinero, para salvar a su papá.
Un ruido cada vez más cercano sacó a Federico
de su subconsciente. Era un helicóptero, seguido de varias frenadas al frente
de la estancia. Entró en pánico. Uno de sus secuaces, le confirmó a Federico
sus presunciones: la policía estaba allí, respirándoles en la nuca, amenazando
con ponerle fin a su plan y a su propia vida.
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