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Federico se sentía un tanto nervioso, toda su vida debió cargar con su padre, intercambiando papeles.
Luego de que su mamá los abandonara cuando él tenía apenas unos meses, las conductas de su padre comenzaron a cambiar, lo veía poco, y una vecina, compadecida por su situación lo cuidaba todo el día mientras su padre trabajaba.
Así pasaron 5 años, ya era un nene en edad escolar y comenzaba a encontrar respuestas a preguntas que se hacía con frecuencia.
Para aquella época, Mario, el papá de Federico había entrado en una gran depresión de la que no era consciente. Se las arreglaba para que su pequeño hijo y sus inseguridades no tuvieran un encuentro casual en su casa.
Cierto día, cuando su padre regresó a la casa después de otro extenuante día de trabajo, y la vecina
que cuidaba de Federico se había ido, ambos se quedaron en silencio en la cocina
de aquel departamento en el que vivían.
Mario, tenía la mirada ida, sus ojos apuntaban
a un punto en la oscuridad.
Arrastrando las palabras, posó su cara junto a la
de Federico, él con apenas 6 años, sólo atinaba a quedarse quieto, percibiendo que algo malo le pasaba a su padre: su aliento era ácido y fuerte. Había comenzado a beber.
Federico vio, como luego de mirarlo, su papá se quedó
profundamente dormido sobre la mesa.
Fue allí donde algo cambió en el niño, los pensamientos de racionalidad atacaron su cabeza, ya su papel no sería el de hijo, la adultez se apoderó por completo de sus pensamientos.
De repente un grito de socorro tenue se metió en su sueño. Federico se despertó. Aún un poco confundido, salió corriendo.
De repente un grito de socorro tenue se metió en su sueño. Federico se despertó. Aún un poco confundido, salió corriendo.
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