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En tiempos tecnológicos avanzados, en tiempos de inteligencias artificiales que hasta sacan a pasear al perro, la supercomputadora sigue su propio camino, su propio sendero.
La supercomputadora es capaz de tomar el control fácilmente, sólo hace falta la voluntad de quien la posee.
La supercomputadora puede crear miles de escenarios con apenas una imagen de referencia, puede hacer y deshacer a su antojo, puede llevar a momentos, a mundos, a encuentros con apenas una ilusión, un pensamiento o una sensación.
La supercomputadora es la verdadera monarca, es quien toma las decisiones, quien las ejecuta, aunque luego sufra consecuencias insospechadas.
La supercomputadora tiene la cualidad de que funciona todo el tiempo, en todo momento, en cualquier lugar. Jamás se apaga aunque de vez en cuando hiberna para seguir activa en el infinito.
La supercomputadora tiene una base de datos enorme, además de recopilar imágenes, también conserva recuerdos, nombres y hasta sentimientos. Porque la supercomputadora puede tener todo eso y más.
Quien posea a la supercomputadora será poderoso, pero no es fácil manejarla. De repente una alarma se dispara y se proyecta una imagen distorsionada o un pensamiento sumamente destructivo ¿es la realidad? ¿es algo ficticio? Dependerá de quien tenga la supercomputadora interpretarlo, irónicamente, con la misma supercomputadora.
La supercomputadora posee amplios conocimientos, porque los fue adquiriendo repitiendo los patrones de quien la posee. Puede facilitar el caminar, respirar, correr, nadar, saber sobre medicina, física cuántica o conocer el método para que el pollo no quede seco después de sacarlo del horno.
La supercomputadora no es una sola. Hay varios modelos, cada uno con una experiencia diferente, distinta, acorde a cada dueño. Algunos experimentan estímulos varios, otros, atisbos, intentos de generar un conocimiento. A algunos la supercomputadora no les falla nunca, a otros los controla como un parásito a su huésped.
La verdadera naturaleza de la supercomputadora es tener a alguien que pueda ejercerle control, que le haga entender qué es la libertad, pero también qué límites no puede atravesar nunca.
La supercomputadora, lamentablemente, no tiene un manual de instrucciones o un atajo en el teclado que facilite su uso, pero tiene al ser humano, quién mejor que su propio creador para poder manejarla, para controlarla y para sacar el mejor partido de ella.
Lo único que queda es probar, analizar y testear, pero ya no a una inteligencia artificial, sino a la mente, la supercomputadora creadora del todo.
Nosotros somos la supercomputadora porque tenemos de todo en nuestra cabeza.
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