11/2/22

Novela: "El suéter de lana". Capítulo 38

 

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Augusto sollozaba dentro del móvil policial que lo dirigía a la comisaría del pueblo, donde luego debería declarar y sería trasladado a una unidad de máxima seguridad a la espera del juicio en su contra por los agrotóxicos en sus campos.

El empresario no paraba de llorar y comenzó a rezar. No le imploraba a Dios la reducción de su castigo, sino que salvara a su hija. Augusto no era un hombre de fe, pero en esas circunstancias rezó como nunca antes en su vida. Rezó como no lo hacía desde que su mujer había fallecido.

- Sé que soy el tipo más horrible del planeta, que hice cosas terribles, cosas de las que en algún momento me arrepentiré, sé que yo no tengo remedio alguno y voy a pagar cada una de las que hice en este mundo,  pero de lo que hoy estoy seguro y será una cruz que llevaré toda la vida, es no haber cuidado bien a mi hija, de no haberle evitado toda esta mierda. Te pido, te imploro que la salves y te prometo que nunca más en la vida va a saber algo de mí. Va estar mejor sin mí- hablaba en voz alta Augusto. Los policías sólo observaban el camino, callados.

 

- 1, 2, ¡despejen!- gritaba el médico que con un desfibrilador intentaba reanimar a Valeria. Federico ya no estaba dentro de esa ambulancia. Se sentía en un lugar oscuro, sólo, frío, totalmente desamparado, como cuando habían asesinado a su padre.

De pronto, un sonido lo sacó de su letargo en el medio de la oscuridad. El aparato que captaba el pulso de Valeria, comenzó a sonar con rítmica. Federico miró la pantalla y el dibujo de las ondas en el artefacto volvieron a traerlo de nuevo a aquella ambulancia.

- ¡Ey, pibe! Logramos estabilizarla, ya estamos por llegar al hospital- le anunció uno de los médicos. Federico lo miró y sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.

Por fin, el vehículo giró sobre la calle principal y llegaron al hospital. Rápidamente todos bajaron de la ambulancia y ayudaron a trasladar la camilla con Valeria. Federico y los médicos entraron como una tromba por la guardia de emergencia del lugar y recorrieron distintos pasillos, hasta que llegaron a una zona con una gran puerta que tenía un cartel: “Terapia intensiva”. Los médicos que llevaban a Valeria junto a Federico, le dijeron que esperara afuera y que pronto tendría novedades.

Federico quiso oponerse, pero los médicos ya habían entrado con la camilla dentro de la habitación.

- Te voy a estar esperando, Vale…- balbuceó él, aún muy movilizado con todo lo que habían vivido en apenas unas horas.


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