Por primera vez después de mucho tiempo, García, se puso nervioso y su rostro comenzó a palidecer. El curso de la investigación que Rubén y Federico habían tomado, dio sus frutos: un juez dio la orden de arrestar a García y sus secuaces por los múltiples delitos llevados a cabo por la manipulación de los agrotóxicos. La investigación preliminar junto con los datos que aportó Federico y el aviso de este a la policía sobre dónde se encontraba el artífice de todo eso, fueron los motivos de la emboscada al líder de La Banda de Traje Negro.
El funcionario se sentía acorralado. Ya no le dolía el roce del proyectil en el brazo, le dolía perder su libertad, le dolía volver a perder después de tanto tiempo. Se veía en un gran espejo, de niño otra vez, yendo a robar, se veía asesinando a aquel hombre en el café, se veía sufriendo las golpizas a manos de sus padres, se veía muriendo de hambre en alguna celda oscura. La respiración se le cortaba y su piel estaba blanca. Un sudor frío recorrió toda su espalda. Estaba en problemas.
El primero que decidió avanzar hacia la policía, fue Federico, que gritando, desesperado, pedía una ambulancia para Valeria, ya que, según él, no respiraba.
La Policía, seguía apuntando hacia el grupo, cuando de repente, García bajó sus manos sobre sus hombros, y empuñando fuerte su arma, colocó parte del revólver dentro de su boca y se disparó.
Cayó al suelo mientras la policía gritaba que los demás a su alrededor no se movieran. Un gran charco de sangre comenzó a formarse alrededor del cuerpo del intendente que aún se retorcía y abriendo grande su boca, buscaba un aire que ya no llegaría a sus pulmones.
Todos estaban en shock. Inmediatamente, dos médicos fueron a atender a Garcia, y Federico angustiado, corrió al secuaz que aún tenía en sus brazos a Valeria, le gritó que se la diera y empezó a correr hacia los médicos que atendían al moribundo.
- ¡Salvala, salvala a ella! ¡¿No ves que él es un pedazo de mierda?!- gritaba desesperado Federico.
Los médicos no le prestaban atención, hasta que Augusto que ya había sido esposado, y dirigido a un móvil policial corrió hacia ellos y le imploró a los trabajadores de la salud que salvaran a su hija.
Algo mareado, Mariano, observaba la situación desde un camión federal. Ya no sería él mismo nunca más.
En un segundo, García, dejó de respirar y se formó en su rostro una sonrisa macabra. Como si el haberse disparado, lo hiciera inocente de todo.
Inútiles fueron los intentos por reanimarlo. El líder de la Banda de Traje Negro, había sucumbido.
Rápidamente uno de los médicos comenzó a atender a Valeria y le informó a Federico que tenían que trasladarla urgente a un hospital porque moriría sin atención de un respirador mecánico.
El chico palideció, y así como la alzó en brazos antes, corrió hacia la ambulancia con ella en andas, gritándole que aguantara, que todo iba a estar bien, que se esforzara por seguir respirando un poco más.
En la ambulancia, Federico pensaba que hacía años había aprendido a convivir con la idea de no tener una familia. Y allí estaba Valeria, que en el último tiempo había perdido por completo lo poco que le quedaba. A eso que todavía no sabía cómo llamaba “familia”. El vehículo avanzaba a gran velocidad por una de las avenidas principales de la ciudad. La sirena era ensordecedora en una noche que parecía cada vez más oscura.
Los médicos continuaban atendiendo a la joven, tratando de que aunque sea saliera de su inconsciencia, pero los intentos por darle aire eran en vano. Su pulso se iba apagando hasta hacerse imperceptible. El contador de pulsaciones comenzó a mostrar una línea recta y a sonar de manera estrepitosa. Federico palidecía cada vez más.
- ¡¿Qué pasa?!- gritaba entre lágrimas.
- Un paro cardiorespiratorio, se nos muere- le dijo el médico que intentaba reanimarla. El muchacho, al oír esas palabras, se nubló por completo.
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