22/8/15

Novela: "El suéter de lana". Capítulo 13.

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Todo lo que ocurrió en  aquella casa, de esa estancia abandonada, pasó en una fracción de segundo. Augusto había disparado el arma que le sacó al policía y la bala iba directo a la frente de Federico, pero en el mismo instante que se disparaba el proyectil, Valeria había logrado darle un codazo en una de las costillas a su captor, lo que hizo que este se agachara, tratando de buscar aire.

Obviamente, la bala siguió su rumbo y fue a dar contra una de las paredes de  la casa.
Finalmente, Valeria logró soltarse de Federico y correr hacia los efectivos policiales que apuntaban sus armas contra el secuestrador. 

En ese momento, Mariano, que bajó lentamente desde la chimenea, apareció de repente atrás de Federico y en un rápido movimiento, lo tacleó y comenzó a darle trompadas en el suelo. Los policías tardaron en reaccionar, pero lograron sacar a Mariano de arriba de Federico, que ya sangraba en el labio y tenía una corte en una de sus cejas.

Valeria abrazó por fin, a su padre. Ambos tenían lágrimas en los ojos y una angustia indescriptible. Valeria notaba a su papá emocionado, pero también algo distante, porque seguía mirando fijamente a Federico y cómo los policías se lo llevaban esposado.
- ¿Papá, estás bien?- le preguntó Valeria al percatarse de su mirada.
- Sí, hija, es que estaba muy angustiado por vos ¿sabés?-
- Si, yo también, papá, pero ya pasó ¿podemos irnos de acá? No soporto estar en este lugar.-
- Sí hija, vamos.-

Mariano estaba en problemas, debía explicarle a los policías por qué tenía un arma en sus ropas, y por qué, de manera inusitada se abalanzó sobre Federico poniendo en riesgo su propia vida, al entrar a la casa desde la chimenea.

Federico, agotado,  admitía en su cabeza el haber perdido y fallado en su objetivo de salvar a su padre. A medida que se acercaba al coche policial que lo trasladaría a la cárcel por mucho tiempo, sólo pensaba en los momentos del secuestro que había pasado con Valeria y que quizás, al final, no todo había sido tan malo.

Mientras él subía al móvil policial, tanto Augusto como Valeria no le sacaban la vista de encima. El padre lo miraba con aborrecimiento y odio con viejos rencores. La hija lo miraba tratando de comprenderlo y pensaba en la desesperación con la que él la fue a buscar a la habitación cuando supo que todo terminaría pronto.

Cuando el coche arrancó, Federico se dejó caer en el asiento. Había fracasado, pero en un punto sentía alivio de que todo se hubiera terminado. Mientras el auto se alejaba, miró por  el vidrio trasero apenas unos segundos a Valeria, y ya  no pudo evitar enamorarse de ella. 

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