En cuestión de minutos, los oficiales de la policía lograron reducir al grupo que acompañaba a Federico en el plan del secuestro, algunos se entregaban por miedo, otros oponían un poco más de resistencia, pero finalmente eran apresados.
Valeria estaba aún un poco convaleciente y
mareada e intentó pararse de la cama, pero su inestabilidad se lo impidió y
cayó al suelo. Empezó a gritar y pedir auxilio, ya que era consciente de que
algo estaba ocurriendo.
De repente, Federico irrumpió en la habitación,
desesperado y asustado. Valeria temía lo peor, pero este, la levantó en sus
brazos y la llevó hasta la cocina de aquella casa en el medio del campo.
Augusto, que había llegado en su auto a la
estancia, no paraba de gritarle a los policías que arrasaran con todo para rescatar a su hija.
Mariano se convencía más y más, de que la
figura del estanciero que había visto, apuntándole con su escopeta era producto
de sus escrúpulos y su imaginación. El miedo lo volvió más paranoico, pero no
le hizo olvidar su “Plan B”, para rescatar a Valeria y quedar como el héroe frente a ella.
Agarró la pistola que había comprado
ilegalmente, se la guardó entre las ropas y salió para la estancia a rescatar a
su amada.
Federico trataba de tranquilarse y
tranquilizar a Valeria que estaba teniendo una crisis de nervios. Volvió a
cargarla en sus brazos y quiso escapar por una puerta trasera de la casa, pero
la policía lo tenía rodeado.
- ¡Alto!- gritó el uniformado irrumpiendo en el lugar.
- ¡Váyanse porque la mato!- intentó desafiar
Federico.
Instintivo, capaz de llegar hasta las últimas
consecuencias, sacó una navaja de su bolsillo y la llevó a escasos centímetros
del cuello de Valeria, que ya podía mantenerse en pie, pero su estado de
ebriedad por los calmantes que le habían dado no le daban la fuerza como para
defenderse.
Mariano, se escabulló por atrás de la casa,
tuvo que hacer unos cuantos metros, ya que el helicóptero policial estaba casi
sobre él y no le permitirían “ser el héroe”.
El sol estaba escondiéndose, el atardecer era un hecho y Mariano miró la pistola que tenía guardada, se persignó y se acercó
a una ventana tapiada, por la que subiría al techo y haría su “entrada
triunfal” por la chimenea.
Augusto no
daba más de la incertidumbre, ni
de la angustia, quería rescatar a su
hija él mismo. Dudaba entre quedarse allí e ir a ver lo que ocurría adentro de
la estancia, cuando escuchó que dos policías se comentaban algo al oído y
salían corriendo. Eso lo perturbó más y se decidió a ir tras ellos.
Cuando llegó al umbral de la puerta donde estaban los otros efectivos
policiales, vio con estupor como su hija peleaba para soltarse de su captor, al
que no reconoció, hasta que…
- ¡¿Vos?!- exclamó Augusto, cuando vio a
Federico- ¡Te voy a volar la cabeza!- le gritó, y con un rápido movimiento,
le sacó el arma reglamentaria a uno de los policías, le apuntó a Federico en la cabeza y disparó.
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