Federico se sentía muy incómodo, caminaba de acá para allá, pensando qué decir y repitiéndoselo en la cabeza. Tomó el teléfono de la mesa de aquella cocina, en la estancia “Un nuevo sol”.
Marcó el número, que se lo acordaba de memoria, y posó el auricular en su oreja
izquierda:
- ¿Hola?-
- Señor Lunini, cómo ya sabrá tengo a su hija,
exijo una suma de 3 millones de pesos, a cambio de su libertad, sino voy a
tener que quitarle la vida.
- Quiero saber cómo está mi hija, necesito
escucharla, no me importa la plata, voy a pagar, te lo juro-
Federico refunfuñó, fue hasta la habitación de
Valeria, abrió la puerta de una patada y ella se sobresaltó.
- Tu viejo. Pensá lo que vas a decir, sólo
tres palabras- Del otro lado de la línea Augusto, incansablemente repetía
“¿Hola?”¿Hola?”.
Valeria agarró el celular, nerviosa y a punto
de llorar, saludó a su padre y le dijo que estaba bien. Federico le sacó el
celular, cerró la puerta de la habitación como pudo, de nuevo, y negoció un
minuto más con el padre de Valeria y dónde se llevaría a cabo el intercambio.
El mismo banco de plaza dónde había dejado el
suéter de lana con la primera nota del secuestro. Al día siguiente a las 5
de la tarde sería el “trueque”.
Cortó lo más rápido que pudo y se dispusó a
repasar lo que quedaba de su plan.
- ¡Quedate quieto!- le gritó Valeria a
Federico con un cuchillo en la mano.
- Pará, tranquilizate, ninguno de los dos somos asesinos, bajá el cuchillo-
Trató de calmarla Federico.
- ¡Ya estoy harta de estar acá, no sé ni
cuántos días hace que estoy encerrada en este lugar igual de extraño que vos,
no sé tus razones para engañarme y secuestrarme, pero salgo de acá viva o muerta!- Decidida pero temblando, Valeria avanzó hacia Federico con afán de apuñalarlo, pero él,
le frenó el brazo y comenzaron a forcejear, tanto, que llevaron su lucha hacia
el suelo, el cuchillo avanzaba peligrosamente hacia el
abdomen de Federico, se sentía indefenso, de a poco dejó de forcejear, como si
quisiera morir allí, a manos de su víctima.
Cuando el arma blanca, estuvo a escasos
centímetros de penetrar en la piel de
Federico, Valeria frenó de golpe, lo tenía a su merced, pero veía el miedo y el
cansancio en los ojos de su captor, eso la enterneció por dentro y con un dejo
de humanidad soltó el cuchillo, pero cuando quiso levantarse, uno de los
secuaces de Federico, la tomó por lo hombros y la empujó violentamente sobre una mesada al otro lado de la cocina. Valeria, se golpeó la cara y cayó inconsciente
en el suelo sangrando en demasía por la nariz.
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