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Estaba apoyado sobre la pared de una casa, con una carta en la mano. No tenía recuerdos de la razón por la cual estaba allí, pero todo parecía natural, rutinario. Abrí la carta que tenía mi nombre. La leí: “Para encontrar eso que buscas, primero necesitas despertar…” Lo extraño dentro de lo cotidiano, era encontrarme en la calle, sin recordar por qué estaba allí, con una carta dirigida a mí en la mano y con una inscripción extraña, que parecía una broma de mal gusto. En la parte inferior de la carta había una dirección, con lo cual decidí dirigirme hacia ese lugar, para poder encontrar las respuestas que necesitaba.
-
¿Benicio? -esa voz me resultó conocida. Era Maxi uno de mis amigos con los que
siempre me juntaba a jugar al fútbol. Por lo menos eso lo recordaba.
-
¿Qué hacés acá Maxi? ¿Vos escribiste esta carta?- Le pregunté pensando que era
una broma más de mis amigos.
-
Yo te iba a preguntar lo mismo, me llegó esta carta a mi casa y pensé que era
alguna joda tuya y de los otros chicos.- explicó Maxi.
-
Bueno no importa, esperemos acá. Alguien tiene que aparecer…- le dije
intrigado.
De repente, la puerta de la casa donde
estábamos apoyados, se abrió, caímos para atrás, y yo me golpeé la cabeza
contra el piso.
Empecé
a percibir destellos de recuerdos en mi mente. Imagen tras imagen, como una luz
estroboscópica surcaban de lado a lado mi cerebro. Recordé aquel fatídico día en el cual mi mejor amigo Martín, me pegó un tiro en el pecho, que me dejó en coma. Él había llegado del futuro
con una meta: matarme. Yo era quién debía evitar que se apoderara del mundo,
que creara una gran masa crítica mundial,
el descontento de todo el mundo con los sistemas establecidos en el planeta. Un
malestar general que haría caer cualquier ley, Estado, gobierno, y a
partir del caos social mundial, Martín, podría alzarse como un Dios. Refundando una nueva Tierra, con sus propias reglas que
terminarían con los organismos de protección ambiental, y su industria textil,
sería la más productiva en todo el mundo. Sumado a eso, el laboratorio
científico de Martín, lograría por fin la completa contaminación de los
ecosistemas y el exterminio de la fauna y la flora del planeta.
Estuve
mareado un par de segundos, cuando me recompuse, estaba al lado de Maxi, sentado en una silla
con hielo en mi cabeza para evitar un
chichón. Frente a nosotros, se observaba una persona, un hombre vestido totalmente
de rojo. En un momento pasó por mi cabeza estar en presencia del diablo, pero
se desvaneció esa hipótesis cuando el hombre comenzó a hablarnos:
-
No pensaba que estuvieran tan dormidos- dijo el hombre mirándome y señalando la
bolsa con hielo en mi cabeza- Antes que nada, no puedo decirles quién soy. Pero
digamos que yo voy a ser su despertador, para que por fin, se despabilen un poco
y encuentren las respuestas que necesitan- Tenía una voz cálida, pero un tanto
apagada, pensé, aturdido aún por el golpe.
- ¿Para qué nos necesitas? - Se animó a
preguntar Maxi.
-
Ustedes me sirven más despiertos que
dormidos. Bué saquen las llavecitas que tienen en su bolsillo de los pantalones-ordenó
el hombre.
Quería terminar con ese acto tan bizarro y
palpé mi bolsillo, efectivamente, tenía una llave de color rojo. Luego Maxi hizo lo mismo, otra llave de color
rojo.
Seguido
de esto el hombre extraño, buscó en una
habitación contigua, un cofre. Ante su indicación, colocamos las llaves y el
candado del cofre cedió: yo fui el primero en reaccionar y ver el contenido:
otras llaves, pero esta vez era un manojo…
-
¿Usted nos está cargando? No estamos acá para jugar a la búsqueda del tesoro – le
dijo Maxi al Hombre de Rojo con un tono de furia en su voz.
-
El tesoro ya lo encontraron, está afuera esperando que se lo lleven - dijo el
hombre - Despiértense, que el mundo les
está mordiendo la palma de la mano. Hay algo importante por hacer, y no me
refiero sólo a despertarse.-finalizó El Hombre de Rojo, nos sonrió, nos condujo a la salida y cerró la puerta de la casa tras nosotros.
Un
convertible rojo estaba estacionado sobre la calle. Arriba del capó había un
papel de color rojo con letras negras que decía: “El tesoro”. Maxi corrió a
verlo, a comprobar si era todo un sueño.
-
¿No te parece todo bastante raro, Maxi?- le pregunté tratando de sacarle el
entusiasmo y que pensara más racionalmente.
-
Sí, es bastante raro todo. Incluso llamaría a la policía, pero dale, vayamos a
dar una vuelta y después avisamos a las autoridades- me dijo poniendo cara de
perro mojado.
-
Bueno, dale. No seas llorón- le dije subiéndome al asiento del acompañante.
Cuando
Maxi giró la llave para poner en marcha el auto, todo voló por los aires.
Una
luz me cegó. Tenía los ojos cerrados, de a poco comencé a sentir el cuerpo. Los brazos, las piernas, las manos, los dedos, el torso. Todavía me
costaba acostumbrarme a la luz, pero algo dentro de mí me decía que tenía que
abrir los ojos.
Los
abrí y la vi. Esta vez un mar de recuerdos me empapó. Recordé cómo Lucía
también venía del futuro, pero para evitar mi muerte. Su lucha contra Martín y
sus industrias, su protección al medioambiente. Recordé cómo me rescató de los
matones de Martín, y sus sollozos ante mi cuerpo inconsciente, cuando él me
disparó. Recordé la devoción y el amor
que le tenía.
Ni
bien abrí los ojos, Lucía se acercó a mí llorando. De repente una a una me empezaron a caer las
fichas.
-
¿Y el Hombre de Rojo? ¿Y el auto? ¿Maxi está bien? ¿Qué pasó con la explosión?-
empecé a preguntar nervioso.
-
¿Qué Hombre de Rojo? Estuviste en coma todo este tiempo, Benicio. Habrás estado
soñando. Tu amigo Maxi está en esa cama, lo molieron a golpes hace un mes y
está en coma farmacológico.- me explicó Lucía con paciencia, señalándome una
cama a mi derecha, en el hospital en el que desperté del coma después de tres
años y medio.
Abracé
a Lucía como si hubiera vuelto de un viaje largo, pero Maxi empezó a moverse en la cama de al lado.
Abrió los ojos y se levantó de la cama. Se tomó la cabeza.
-
¿Qué me pasó?- preguntó confundido.
-
Te cagaron a palos parece, y me viniste a hacer compañía- le contesté
bromeando.
-
¿Y El Hombre de Rojo?- volvió a preguntar.
-
Fue un sueño. Igual yo creo que deberías ponerte un pantalón, hay una dama
acá…- le dije haciéndole notar que estaba en calzoncillos.
Maxi
se puso un pantalón que estaba sobre una silla. Algo le molestaba en el
bolsillo derecho. Cuando sacó lo que había adentro, no salimos de nuestro
asombro.
-
Una llave roja con un papelito. Como en el sueño- me dijo Maxi confirmando mis
sospechas- tiene una dirección-.
-
Luu, traeme mi pantalón por favor- le dije a Lucía, que no entendía nada. Me lo
dio. Palpé el bolsillo y noté algo pequeño y sólido. Otra llave roja con un
papel. Los leímos. Ambos tenían la misma dirección. Ambos tenían la misma
dirección que las cartas del sueño.
-
Tenemos que ir Benicio, es todo muy raro. El Hombre de Rojo dijo que íbamos a
encontrar las respuestas que estábamos buscando cuando nos despertemos. Qué
casualidad que los dos terminamos en coma y nos despertamos al mismo tiempo-
explicó eufórico Maxi.
-
Creo que vimos muchas películas y leímos muchos libros de ciencia ficción. Todo
tiene un por qué. Vamos a averiguarlo, supongo…- le dije no del todo convencido
a Maxi.
-
A ver, imitaciones baratas de Sherlock
Holmes, no pueden salir a ningún lado. Recién se despiertan de un coma. Los
tienen que revisar los médicos- dijo Lucía al darse cuenta que hablábamos en
serio.
-
Hacenos la gamba, por favor. Ya voy a tener tiempo para que me revisen.
Necesitamos salir sin que nos vean- le contesté poniendo mi mejor cara de
ternura.
-
Ay dios, está bien, pero voy con ustedes- sentenció Lucía.
-
De esto ni una palabra a mi viejo- la frené antes de que saliéramos de la
habitación.
Llegamos
a la casa y Maxi tocó el timbre. La puerta se abrió sola. Entramos a la habitación
principal, sobre una mesa estaba el mismo cofre que soñamos con Maxi, agarramos
las dos llaves y lo abrimos, dentro había un papel rojo en forma de carta, la
leí en voz alta:
-
Perdonen
el tono solemne, pero esto ya no es un sueño, es algo real. Llegaron a la mitad
del río: se despertaron, con una pequeña ayuda, pero lo hicieron. Hay una
última cosa que tienen que saber: tres personas en esa habitación donde
están, tenemos motivos diferentes
para frenar a Martín, y este es el mío: Yo soy su hijo, el hijo que nunca pudo nacer. Esa mente retorcida, nos llevó a mi mamá y mí a la muerte. Un
aborto clandestino en una de las habitaciones de esta casa sombría y fría.
No podemos descansar en paz, en tanto
no se haga justicia, y sé que ustedes son los indicados, les deseo suerte. El
Hombre de Rojo- giré
la hoja para ver si había algo más. Maxi tenía los ojos vidriosos. Lucía dejó
caer una lágrima.
-
¿Qué te pasa Maxi?- le pregunté sorprendido. El nunca daba muestras de sus
sentimientos.
-
Nada, me entró una basurita en el ojo. Este tipo llegó demasiado lejos ¿dónde
lo podemos encontrar? Necesito cobrarme la paliza de sus matones, de paso- Maxi
era un kamikaze.
-
Tiene un laboratorio clandestino abajo de una casona vieja cerca del centro-
nos informó Lucía, que averiguaba cada movimiento de Martín desde que me había
dejado en coma.
-
¡Vamos a buscarlo!- sentenció Maxi.
-
¡Pará, Maxi!- quise frenarlo pero ya era tarde. Los colaboradores de Martín le
estaban apuntando con una de sus armas extrañas del futuro. Nos apresaron a los
tres y nos llevaron a la casona vieja que
queríamos llegar.
Cuando
entramos a la casona vieja, nos llevaron por un pasillo largo cada vez más estrecho.
Al llegar al final, un matón abrió una puerta. Tras ella había una gran
habitación con treinta tipos más en su interior.
Todos
formaron un círculo, nos ubicaron a Lucía, Maxi y a mí en cada extremo, siempre
sosteniéndonos por los brazos, esposados.
Por
una puerta opuesta a la que entramos, salió un hombre al que pude conocer al
instante por su mirada penetrante: era Martín acercándose a nosotros.
-
La suerte del moribundo le llaman ¿no? No solo se te va a acabar a vos, sino
también a tu noviecita y a tu amigo, que no puede dejar de meter la nariz donde
no lo llaman- dijo con displicencia y cinismo Martín. Maxi hacía fuerza para
liberarse, más por bronca, que por su propia vida.
-
Hicimos toda la secundaria juntos Martín, no podés ser tan despojado- traté de
razonar con él.
-
Negocios son negocios. Hay que hacer sacrificios Beni, yo soy mucho mayor que
vos, ya transcurrí la etapa adolescente hace mucho. Pero dejémonos de
palabrería barata, por lo menos no te
vas a morir solo- contestó Martín señalando a Lucía. Acto seguido sacó la misma
pistola con la que me había disparado anteriormente y me apuntó a la cabeza.
Estaba a escasos centímetros de mí.
En
ese momento, Lucía accionó su
dispositivo que creaba portales electromagnéticos y que los manejaba con la
mente. Dispositivo creado por Martín, que ella le había robado en el futuro
cuando se enteró de sus planes para matarme y dominar el mundo.
Rápido
de reflejos, uno de los matones se lo quitó, lo tiró al suelo y lo pisó. Quedó
hecho añicos.
Martín
con una sonrisa de oreja a oreja y sin sacarme la vista de encima, le gritó a
Lucía:
-
¡No te preocupes, nosotros le avisamos a tu familia que no vas a ir a verlos
más!-
Lucía
empezó a llorar de la impotencia.
Se
escuchó un alarido. Uno de los matones de Martín se agarraba uno de los pies.
Maxi avanzaba a toda velocidad hacia Martín. Éste le apunto con su pistola. Yo
seguía esposado, con los brazos inmóviles, pero podía mover las piernas.
Estando a una distancia relativamente corta de Martín, le di un puntapié en la
entrepierna.
Martín
se arrodilló en el suelo sin soltar el arma. Cuando Maxi llegó hacia él
empezaron a forcejear. Todos estaban inmóviles, incluso los matones que nos
sujetaban a Lucía y a mí.
Martín
y Maxi seguían forcejeando en el piso, hasta que se escuchó un disparo sordo.
El eco del estruendo, resonó en todo el
lugar.
Martín giró en el suelo hasta quedar boca
arriba, un pequeño bisturí le atravesaba
el corazón. Sus ojos, penetrantes, estaban inyectados en lágrimas, Tenía una
media sonrisa. Unos segundos después, su mirada se perdió para siempre.
A
su lado estaba Maxi, se esforzaba por hablar y respirar pero un disparo en el pecho se lo impedía. Agonizaba.
El
suelo comenzó a mancharse de color rojo en tono oscuro.
Una
luz celestial empezó a iluminar todo el lugar, un portal se abrió al lado del
cuerpo de Martín y el moribundo Maxi. Hombres con ropa extraña entraron al
lugar y empezaron a detener a los matones de Maxi. Nos liberaron de las
esposas.
Salí
corriendo hacia Maxi, no pude evitar que una lágrima cayera por mi rostro.
Maxi
empezó a llorar, como soltando un dolor añejo, secreto:
-
Lo maté, maté a Martín, Benicio. Él me cagó la vida ¿sabés? Yo amaba a Laura y
el la dejó morirse como si fuera basura. Este hijo de puta, no va a joder más, ahora
van a poder vivir en paz. Laura, su hijo, y ustedes…-dijo Maxi, con la
respiración pausada- cuidalo ¿sabés? Es medio lenteja, pero es un pibe de
hierro-le dijo Maxi a Lucía que se acercaba a nosotros.
Le
agarré la mano a Maxi y me la apretó. Cerró sus ojos con fuerza y no los volvió
a abrir nunca más. La presión entre nuestras manos, cedió.
La
angustia y la culpa por la muerte de Maxi, se iban apoderando de mí, hasta que
alguien me tocó el hombro.
-
¡Papá! ¡Vos los llamaste!- exclamé tratando de aferrarme a la única alegría que
tenía en ese momento.
-
Son policías del futuro, le venían siguiendo el rastro a Martín hacía mucho
tiempo. Yo sólo les di una ayudita, y agradécele a Lucía que me avisó y me dejó
un aparatito para viajar en el tiempo. Desgraciadamente llegué un poco tarde- dijo
mi viejo viendo como tapaban los cuerpos de Maxi y Martín.
Pasaron
tres meses de esa última locura. Pero los nervios no se me van. Estoy mirando
las estrella con Lucía, el amor de mi vida. Tanteo mi bolsillo izquierdo, no
está. Tanteo el derecho, y lo siento. Repaso el discurso en mi mente.
-
Lu, necesito decirte algo- le dije aclarando la voz lo más que pude. Ella hizo
ademán con su cabeza en señal de aprobación.
-
Con todo lo que pasó con Martín, Maxi, con nosotros, con Laura y El Hombre de
Rojo, el mundo está cada vez peor, le hace falta mucho amor. Yo esta noche,
quiero plantar mi semilla de amor- me arrodillé sobre el pasto y saqué el
anillo- quiero darte mi amor, sellarlo con el tuyo para siempre. Quiero hacerle
un bien a este mundo tan escaso de amor- respiré hondo y lo dije- Mi amor ¿te
querés casar conmigo?
-
¡Sí, mi amor, sí!- me dijo Lucía colorada, tocándose el vientre, llorando
emocionada.
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