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Augusto estaba en su oficina, cuando Mariano irrumpió en la habitación:
- ¿Qué hacés acá? ¿Y Valeria?-
- Es lo mismo que me estoy preguntando yo. Me cansé de
llamarla al celular y lo tiene apagado.-
- ¡Y recién ahora me avisas, pedazo de boludo! Ya la salís a
buscar, la encontrás y la traés de los pelos.-
- Ya voy, pero ¿y si no la encuentro?-
- Más te vale que la encuentres…-
Augusto, un respetado empresario dedicado a la elaboración de helados artesanales era el padre de Valeria. Luego
de la muerte de su esposa, se propuso proteger a su hija a toda costa y por
todos los medios. Para ello, aceptó la “ayuda” de Mariano, uno de sus empleados en la heladería cuando apenas su negocio estaba arrancando. Mariano estaba perdidamente enamorado de Valeria, fue convirtiéndose en la sombra de la chica y en el empleado "full time" de Augusto.
Luego de salir de la oficina y quedar en avisarle a Augusto
sobre cualquier novedad que involucrara a su hija, Mariano fue en dirección a
la plaza nuevamente, para tratar de encontrar alguna pista o el milagro de que
Valeria esté todavía esperándolo en algún banco. Las luces artificiales de la
ciudad comenzaban a prenderse. La noche era inminente.
Mariano dio una última vuelta por la plaza ya casi sólo iluminada por la luz tenue de un farol.
De repente, detuvo su marcha frente a un banco, allí había un suéter de lana junto a una nota que decía: “Sólo se aprecia la vida, cuando se la está perdiendo. PD: Tenemos a Valeria”
Federico miraba desde
un árbol cercano, como Mariano corría desesperado con la nota y el suéter en la
mano.
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